Lo que va de Sánchez a Rodrigo Rato
El conseguidor Aldama estuvo presente en la reunión con Delcy. Es decir, la trama de las mascarillas en la que Aldama era la mano que todo lo mueve no surgió en el mes de marzo al irrumpir la pandemia. Esa trama ya existía
Es patética la forma en que Sánchez intenta argumentar que cree a Francina Armengol. Él, entre tanto, no ha encontrado nada más lejos para refugiarse que sendas visitas oficiales a Brasil y Chile. Lula y Boric. Esos son los interlocutores con los que se siente cómodo. No sabemos si va a defender nuestros intereses o es mero chalaneo con su ganado habitual.
Una de las últimas sorpresas de esta cascada de podredumbre ha tenido que ver con la famosa escala en Madrid de Delcy Rodríguez, vicepresidente de Venezuela, el 20 de enero de 2020. Desde el principio todo fue turbio. Las grabaciones de las cámaras de seguridad del aeropuerto fueron borradas y no es posible saber por dónde y con quién se movió la vicepresidente venezolana que tenía prohibido pisar suelo europeo. Pero sí sabíamos ya que José Luis Ábalos, nombrado siete días antes ministro de Transportes, Movilidad y Agenda Urbana –hasta entonces era ministro de Fomento– había acudido a la cita con Delcy en su coche particular, conducido por Koldo García y sin la escolta que acompaña a todo ministro.
Ahora la cosa ha dado un paso de gigante porque nos hemos enterado de que el conseguidor Aldama estuvo presente en la reunión con Delcy. Es decir, la trama de las mascarillas en la que Aldama era la mano que todo lo mueve, no surgió en el mes de marzo al irrumpir la pandemia. Esa trama ya existía cuando sus tres principales gestores se reunieron de madrugada con quien no podía estar en Madrid. Por supuesto, cuatro años después seguimos sin tener ni la más remota idea de qué entró en España en esas maletas. Pero es todo tan oscuro, se ha ocultado la realidad con tanta eficacia, que creo que es legítimo preguntarse si el avión de Delcy no paró en Madrid para dejar algo dentro de esas maletas, sino que, al revés, esas maletas salieron de España en el avión de Delcy llenas de algún producto o de efectivo. ¿Tengo alguna prueba? Por supuesto que no. Pero tengo todo el derecho de especular desde el momento en que padecemos el Gobierno más oscurantista de nuestros días cuyo concepto de la transparencia que tanto defendió antes de llegar al poder se ha traducido en un oscurantismo que supera la narrativa de terror llena de brujas y fantasmas que se mueven con toda libertad a altas horas de la madrugada.
Esta inmensa putrefacción está acorralando cada vez más al presidente del Gobierno y su equipo, cuyo mejor argumento es que «el PP ha cruzado todas las líneas». Que ya hay que estar faltos de argumentos para echar la culpa al Partido Popular en estas circunstancias. Pero donde también pinta muy mal para Sánchez es en el conflicto de intereses en el que incurrió cuando su mujer estaba recibiendo patrocinios de una empresa de Globalia y él autorizó sendas inyecciones económicas por casi 800 millones de euros en ese grupo.
Recuerdo muy bien la mañana del 24 de noviembre de 2000. Yo me encontraba reunido con José Antonio Zarzalejos en su despacho de director de ABC cuando le llamó el presidente de Prensa Española, Nemesio Fernández-Cuesta, para darle la buena nueva que esperábamos: el consejo de ministros había concedido a Prensa Española una frecuencia de televisión que existiría durante algún tiempo con el nombre de Net TV. Recuerdo perfectamente el comentario, como asunto menor, que me hizo Catalina Luca de Tena cuando comentamos la noticia: Rodrigo Rato, entonces todopoderoso vicepresidente del Gobierno, se había tenido que ausentar de la toma de la decisión del consejo de Ministros porque sus hermanos y él habían heredado de su padre –muerto dos años antes– un insignificante número de acciones de Prensa Española, la sociedad que iba a ser adjudicataria. Con todo lo que se ha dicho y escrito de Rato, demostró en el Gobierno bastante más ética que Sánchez. A los hechos me remito.