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Pecados capitalesMayte Alcaraz

Por siete cochinos votos

A partir de hoy unas élites políticas van a ser amnistiadas por otros políticos. Pura corrupción. En esto consistía el Gobierno bonito, que no solo les perdona el pasado, sino que les confiere impunidad a futuro

La sonrisa ayer de Carles Puigdemont es nuestra ruina. Siempre ha sido así. Cuando declaró la independencia odiaba a España, cuando escapó en un maletero odiaba a España, cuando ganó con argucias legales europeas la partida al juez Llarena odiaba a España, cuando se sentó con Santos Cerdán para hincar de hinojos a Pedro Sánchez odiaba a España, cuando celebra ahora en Bélgica la ley de impunidad también odia a España. La odia y desprecia más que nunca. Siempre ha sido así: si él reía es que nosotros teníamos motivos para llorar. Es un axioma. El expresidente catalán vive para destruir España. Él nunca lo ha ocultado. Lo que no sabíamos es que en las postrimerías del primer cuarto del siglo XXI tendría al mejor cómplice en la jefatura del Ejecutivo. Ayer dio el primer paso para destruir ese país que prometió aniquilar y ya nos adelanta que esta vez no cruzará los Pirineos en sentido inverso camuflado en un utilitario. Lo hará en verano con el acta de europarlamentario en el bolsillo y con todos los honores, pisando la alfombra roja desplegada por sus desvergonzados «amnistiadores», tras fotografiarse en Bruselas con el presidente del Gobierno.

Manchado de corrupción hasta las cejas, el PSOE sanchista va a pagar –deslegitimando nuestra justicia– el rescate a un prófugo para que mantenga en el poder a su inmoral líder. Lo que aprobó ayer la comisión de justicia es la impunidad de los golpes de Estado, la impunidad de la alta traición y la impunidad del terrorismo gracias a una ley que ha ido cambiando al ritmo que variaba la situación procesal de Puigdemont. Abracadabrante. Si esos delitos los cometiera usted o yo nos llevarían entre rejas, para los socios de Sánchez es casi un mérito tener y borrar ese certificado de penales. Pedro Sánchez le pide perdón en nuestro nombre a Carles Puigdemont por haberle intentado juzgar, ponerle en busca y captura, avala sus delitos y legitima sus objetivos. Todo en un pack infame y jamás visto en ninguna democracia. Todo por siete cochinos votos.

La amnistía es solo una estación y la siguiente será el referéndum de independencia, como adelantaron ayer Nogueras y Turull. Lo dicen los beneficiados. Es verdad que todavía nos quedan resortes democráticos, como el Poder Judicial, porque una cosa es que el Parlamento lo termine sacando adelante y otra, que no son ni Bolaños ni Nogueras los que van a aplicar esta injusta ley, sino los jueces, que no están al servicio del sanchismo y pueden presentar una cuestión prejudicial.

La enmienda que ha apoyado Puigdemont arropa incluso a los Pujolones, ampliando el ámbito temporal desde el 1 de noviembre de 2011, cuando tres hijos del expresidente catalán participaron en reuniones para materializar el golpe de Estado y tapar el corrupto 3 por ciento. Nada es casual aquí. Lo curioso es que en esa fecha quien gobernaba España era Zapatero así que se cae otra falacia de Sánchez y los suyos de que el separatismo reaccionó contra la falta de salidas que le dio Rajoy. Así que, visto lo pactado ayer, los soberanistas ya pergeñaron la ruptura con el Estado cuando estaba en Moncloa el hoy adalid del independentismo. Ver para creer.

A partir de hoy unas élites políticas van a ser amnistiadas por otros políticos. Pura corrupción. En esto consistía el Gobierno bonito, que no solo les perdona el pasado, sino que les confiere impunidad a futuro, cuando se vuelva a cometer –que se cometerá– el mismo golpe a nuestra integridad territorial pero que nos pillará sin armas para defendernos. Y todo ante una Europa, una Úrsula von der Sánchez, reelegida y sorda ante la desazón de los españoles.