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El puntalAntonio Jiménez

Ha claudicado Sánchez pero no el Estado de derecho

No hay mayor corrupción política que legislar en tu propio beneficio mediante un golpe de Estado institucional que pone en cuestión el ordenamiento jurídico y acaba con el principio constitucional de igualdad de los españoles ante la ley

Ningún dictadorzuelo caribeño-bananero, tipo Maduro, o sátrapa africano ha necesitado leer a Maquiavelo, entre otros motivos por ignorancia e indigencia intelectual, para asumir y practicar desde el poder la vertiente perversa de su Príncipe. Tampoco nuestro aprendiz de autócrata instalado en la Moncloa.

¿No es Sánchez, acaso, un político maquiavélico que actúa sin escrúpulos y practica el engaño para defender sus fines políticos? No ha habido gobierno en España que haya utilizado tanto y más el engaño y la mentira en su desempeño como el de Sánchez, quizás porque, como comprobó el Príncipe, el que engaña siempre encuentra a quien se deja engañar y, por tanto, el engañado se convierte en su cómplice, y nuestro aprendiz de autócrata encontró a muchos el 23-J.

Tampoco hemos conocido otro presidente de Gobierno salvo Sánchez (Suárez, Leopoldo Calvo Sotelo, Felipe González, Aznar, Rajoy e incluso ZP), que asuma y practique con impudor y soberbia las peores enseñanzas «principescas» para mantenerse en el poder como la de hacer política sin ninguna relación con la moral o la del fin justifica los medios. Sánchez no tiene límites en su desafío cotidiano por seguir en la Moncloa como acaba de evidenciar nuevamente al perpetrar ese engendro jurídico que otorga impunidad judicial a un delincuente prófugo de la justicia a cambio de sus votos.

No hay mayor corrupción política que legislar en tu propio beneficio mediante un golpe de Estado institucional que pone en cuestión el ordenamiento jurídico y acaba con el principio constitucional de igualdad de los españoles ante la ley.

Los delitos de terrorismo, traición y malversación pueden ser aplicados al común de los españoles menos a los independentistas catalanes, a Puigdemont y a los hijos de Pujol.

Un privilegio feudal que Sánchez ha otorgado al prófugo a cambio de su apoyo: «Cuando vean al servidor pensar más en sus propios intereses que en los de los demás y que busca sus propios beneficios en todas las cosas que hace, ese hombre nunca será un buen servidor, ni jamás se podrá confiar en él». Es otra enseñanza principesca con la que se identifica el inquilino de la Moncloa.

El ridículo de Bolaños felicitándose a sí mismo tras capitular ante las exigencias de Junts, después de aseverar que no moverían una coma del texto, intentando hacernos creer que el engendro jurídico beneficia a la convivencia, a la reconciliación y al conjunto de España le perseguirá hasta el fin de sus días políticos.

La insoportable cretinez de Bolaños fue respondida con el «tornarem a fer» (volveremos a hacerlo) de los Puigdemont , Turull y Nogueras, jactándose de ir ahora a por la independencia tras conseguir la impunidad.

Esa es la realidad y no la impostada convivencia y reconciliación con la que Sánchez pretende justificar una ley rechazada por la mayoría de los españoles y que lleva a preguntarnos por qué no la somete a referéndum.

No se cierra ningún conflicto, ni etapa alguna, como cínicamente transmite la «sanchosfera» política y mediática, sino que se abre la puerta a un nuevo desafío de autodeterminación con la diferencia de que los golpistas podrán hacer lo mismo que antes, durante y después del 1-O de 2017 con la tranquilidad de que no será delito. Sánchez se ha encargado de borrarlo.

Frente a la claudicación y puesta de hinojos del aprendiz de autócrata ante el separatismo sólo nos queda la esperanza de una respuesta ciudadana firme en la calle y, sobre todo, la de los jueces llevando al Tribunal Europeo el bodrio jurídico, elaborado según refieren al margen de nuestro Código Penal, para que la amnistía no pueda aplicarse.

Se ha rendido Sánchez pero no el Estado de derecho y si fuera Puigdemont me lo pensaría dos veces antes de pisar España salvo que quiera acabar engrilletado y caminito de Soto del Real. Sánchez, por ahora, todavía no es el Supremo.