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Cosas que pasanAlfonso Ussía

El edificio

Ni Tono ni Mihura destacaban por su amor al trabajo. Y se turnaban para levantarse de la cama y abrir la ventana de la habitación

Miguel Mihura y Antonio de Lara «Tono» eran, además de íntimos amigos y colaboradores teatrales, dos genios del humor. Tono, siempre sonriente y Mihura, permanentemente malhumorado. Le molestaba ser bajito y que las mujeres no se fijaran en él. También colaboraban en La Codorniz con sus viñetas. El sentido del humor al servicio del sentido común. En un dibujo de Tono, un hombre acompañado de su hija se encuentra con un amigo. Una hija estupendona. Y presume de ella ante su amigo. «Aquí, donde la ves, estuvo a punto de casarse con un duque». «¿Y por qué no se casó?»; «porque no quiso el duque». Mihura dibuja una escena familiar. Una pareja rodeada de sus ocho hijos, todos jugando en el salón. Y ella le comenta a él: «Manolo, todavía no termino de comprender cómo podemos tener ocho hijos sin estar casados».

Pasaban una temporada de crisis económica. Y decidieron escribir una comedia. Sus comedias, casi siempre constituían un éxito de taquilla. Y fulminando sus ahorros, se instalaron en el Hotel Felipe II de El Escorial –ahora sede de la Universidad de Verano– para culminar su nueva obra. Ni Tono ni Mihura destacaban por su amor al trabajo. Y se turnaban para levantarse de la cama y abrir la ventana de la habitación. El primer turno le correspondió a Tono. Mihura alargaba su sueño cuando Tono abrió la ventana, con una vista esplendorosa del Monasterio.

Barca

–Oye, Miguel. No te puedes figurar qué edificio tan grande y bonito se ve desde aquí.
–¿Cómo es el edificio?
–Enorme. Y con unas torres de aúpa.
–Y ¿tiene jardín?
–Un jardín muy bien bien cuidado.
–Pues tiene que ser impresionante.

Perdieron varias horas hablando del edificio.
Al siguiente día le tocó el turno a Mihura.

–Oye, Tono, tenías toda la razón. ¡Qué edificio!
– Ayer no exageraba, Miguel. Uno de los edificios más impresionantes que he visto en mi vida.
–Pues de hoy no pasa. Nos damos un paseíto, y lo vemos más de cerca.
–Mejor pedimos un taxi, Miguel. Ni tú ni yo estamos para muchos trotes.
–De acuerdo, Tono. Cuando te levantes y desayunemos, pedimos un taxi y vamos a visitar el edificio.

Segundo día con la comedia sin empezar. A la semana, seguían hablando del edificio. A los diez días se quedaron sin dinero. Llamaron a Antonio Mingote.

–Antonio. Aquí estamos, en El Escorial, Miguel y yo, escribiendo una comedia.
–¡Cuánto me alegro!
–Tenemos un problema. Hemos descubierto un edificio que se sale de lo normal. Y no nos cansamos de admirarlo. Lo malo es que, de mirarlo tanto, nos hemos quedado sin blanca. ¿nos prestarías 5.000 pesetas?
–Contad con ellas. Os las llevo yo, que me habéis despertado la curiosidad y yo también quiero ver ese edificio.
–Si te parece bien, con ese dinero que nos prestas, te invitamos a comer y a ver el edificio desde nuestra habitación.
–Perfecto. Y ¿cómo va la comedia?
–Ya le hemos puesto el título. «Guerra, Paz y Pérez».
–¿Y de qué va?
–De una guerra, de una paz y de un tal Pérez.
–Cuando termine el dibujo de ABC, voy para allá.
–No tardes. Verás que pedazo de edificio.

Una semana más tarde, sin blanca, volvieron a Madrid. Tono llevaba una carpeta con la comedia. Hojas en blanco y una con el título. «Guerra, Paz y Pérez».

–Miguel, no hemos escrito casi nada. Pero ha merecido la pena. ¡Qué edificio hemos descubierto!
–Estoy que no salgo de mi asombro, Tono.
Aquellos tiempos de genios más sonrientes.