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El que cuenta las sílabasGabriel Albiac

El asesinato del cobarde Puigdemont por el traidor Aragonés

¿Puede avergonzarse acaso de algo un sinvergüenza? Es la pregunta crucial

Es un país muy divertido. Éste. Cómico hasta el exceso, puede. Pero los griegos sabían –y Aristóteles lo da en axioma– que «con las mismas letras se escribe una comedia o una tragedia». Una farsa también. Y, más habitualmente, una impostura. Que puede mover a llanto o carcajada. Y siempre, a vergüenza. Mas, ¿puede avergonzarse acaso de algo un sinvergüenza? Es la pregunta crucial, la única a la cual debe enfrentarse la política española. ¡Y decir que alguna vez escribió alguien que es la vergüenza el más humano de los sentimientos!

Todo, en la España de este último decenio, ha ido tomando el perfil de un abochornante sainete. O de una farsa: impostura escénica en la cual sólo cuenta ya el duro empecinarse en acumular poder y dinero, la asesina pulsión de no renunciar a nada. Caiga quien caiga. Sea preciso acuchillar a quien lo sea. No hay ciudadano en este país que hoy se sepa al abrigo de la venganza de un poder enloquecido contra sus ciudadanos. Hacienda no es el menor de esos letales sicarios. «¡Cuidao!», amenazaba la ilustradísima jefa de los dineros públicos, dedo en ristre contra sus enemigos («enemigos», ya no caben «adversarios»). «¡Cuidao!» podemos hundir en el fango a quien nos suene antipático, con que sólo se nos antoje. «Puñalada de pícaro», llamaban a esa mirada de odio y a esa jerga tabernaria los clásicos.

Y así vamos. De ridículo en ridículo. Y nos reímos. Porque no nos queda otra. De sainete en sainete. A la espera del final momento trágico.

Andaba el personal muy deleitado con un bonito entremés muy ingenioso. Cuando a todos movía a carcajada la odisea aérea de la esposa del esposo de Begoña Gómez, trufada con enigmáticas sospechas sobre el jugoso negocio del rescate a Air Europa-Delcy-Maletas-Koldo-Ábalos, la jefa del dinero público ordenó escenificar un sainete alternativo. Y, plagiando a la cordial reina de Lewis Carroll, sentenció: ¡que me sirvan en bandeja la cabeza de la novia del novio de Isabel Díaz Ayuso! Al cual andan investigando, si lo sabrá ella, por algo –bien o mal– hecho antes de conocer siquiera a su novia presente. Un lío de tomo y lomo. Y la peña siguió riéndose.

Detrás del lío, la pregunta: ¿por qué tanto odio –es decir, tanto miedo– contra Ayuso? Quizá porque es la única que, sin chorradas feminazis, puede mandar a freír monas a las pías sacerdotisas que no entienden que una mujer libre –ella, por ejemplo– «puede meterse en el coche y en la cama de quien la dé la gana». Sin pedir certificados ni declaraciones de ningún tipo. Y eso, tan trivial, es una bomba nuclear a los pies del neofeminismo puritano de doña Irene y sus chicas que dan saltitos y yerran leyes. No hace falta declaración ideológica ni chorrada de género. Sólo la sensatez elemental de ser mujer y ser libre. ¡Chapeau!

El histérico dúo de Montero y el marido de Gómez fue envidiado, en ese instante, por un presidente catalán –independentista de nombre «aragonés», ¡tiene su guasa!–, desde su feudo medieval en la plaza de San Jaime. ¡A ver si estos de Madrit van a querer quitarnos los titulares que, en la prensa, son propiedad perenne del ofendido Imperio Intemporal de Catalonia. Retomemos la primera página en la opinión pública de ese pueblucho mesetario que pretende mofarse de nuestra universal preminencia. Nuevo sainete.

Nada mejor para chupar cámara, meditó nuestro tantísimo honorable, que asesinar en público espectáculo a ese plasta de Puigdemont, que tiene ahora la arrogancia de decirse «presidente catalán en el exilio» desde hace seis años: lo cual me deja a mí en irrisorio mindundi. El mindundi se lo venía tomando a mal: tiene su lógica. Y, al fin, ha optado por desechar al héroe fugitivo en Waterloo. Aquel que huyó como un cobarde, no es legítimo que se permita despreciar a quienes pagaron su heroicidad con la cárcel, aunque fuera poca y aunque luego rembolsaran esa libertad en efectivo apoyo parlamentario al marido de la tal Begoña. Y éste, al que en Waterloo llaman «traidor», dicta sentencia de muerte contra aquel al que, desde San Jaime, no se cortan en llamar «cobarde». Divertidísimo.

Venganza: el de ofensivo nombre «aragonés» apuñala al de muy catalán nombre del héroe huidizo, convocando elecciones en fecha que puede –con cierta verosimilitud– dejarlo sin opción a la presidencia. La ofensa es homicida. La cabeza de uno de los dos rebotará en el cesto de los guillotinados por la patria. Queda por ver a cuál de ambos prefiera el legítimo esposo de Begoña Gómez ver descabezado. Y, tal vez, Air Europa y las maletas de Delcy deban ser consultadas sobre el final desenlace de la farsa. O de la tragedia.

Desde la Puerta del Sol, la carcajada de Ayuso será esta vez homérica.