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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Las llaves del maletero

Hay héroes en Cataluña, que resisten y se niegan a aceptar las imposiciones de los traidores. Pero menguan. La comodidad, la tranquilidad y los negocios imperan sobre los sentimientos

Estos sinvergüenzas y traidores han aprobado en el Congreso la ley de amnistía. Es de esperar que la obstaculice durante dos meses el PP en el Senado. Sesenta días son muchos para el Gobierno actual, acosado por todos los flancos de traiciones y corrupción. Se ha concedido la amnistía a una banda de forajidos que han agradecido el asalto a la Constitución y el Estado de Derecho advirtiendo que volverán a delinquir.

Para asegurar la abundancia en las despensas y neveras de sus casas, los diputados socialistas, han puesto el culo a capricho del monclovo y han retornado a sus hogares, lacerados y contentos. Los catalanes independentistas, esas gentes tan amables, anuncian que la ley de amnistía les servirá para alcanzar la independencia.

Nada de esto habría ocurrido si en su momento, hubiera sido detenido y puesto a disposición judicial el cobarde fugitivo, al que hemos mantenido los españoles con nuestros impuestos en su chalé de Waterloo.

A enemigo que huye, puente de plata. Una mamarrachada consentida por la indolencia de Rajoy y la tenedora de las llaves del maletero. Puigdemont estaba perfectamente localizado. Puigdemont fue el dirigente del movimiento terrorista que los cursis del independentismo denominan «tsunami». Europa mira hacia otro lado, porque Europa es así y no tiene cura. Fue entonces cuando desde el Gobierno de España, Puigdemont recibió la llave del maletero del coche de la fuga, y la Guardia Civil no pudo actuar por órdenes superiores. La llave del maletero –dicen, y yo me lo creo–, la tenía en su poder Soraya Sáenz de Santamaria, la auténtica presidente del Gobierno presidido en la metáfora por Mariano Rajoy.

Pero no sólo huyó en el maletero un delincuente al que no se quiso detener. Los políticos dejaron de representar a los ciudadanos, y fueron los jueces –no todos, claro, que también hay jueces que son más socialistas que jueces–, los que defendieron el Estado de Derecho. A mí, que existan los catalanes independentistas me la refanfinfla. Llevan siglos haciendo lo mismo. Lo que me hiere es que, además de despreciarnos al resto de los españoles, son incapaces de mostrar un gesto de gratitud y afecto hacia sus sometidos compatriotas. En ese saco de robos, derroches, groserías, desafectos, insultos y perdones no solicitados, no están metidos exclusivamente los aldeanos de la violencia. También los empresarios del 3 por ciento, los medios de comunicación vanguardistas, los altos y medianos burgueses que cambian de actitud y de opinión cuando cruzan el Ebro – el Íbero– de arriba hacia abajo o de abajo hacia arriba. Lo que llevamos aguantando el resto de los españoles con las constantes vulgaridades y groserías de nuestros hermanos catalanes, resulta insoportable. Y hay héroes en Cataluña, que resisten y se niegan a aceptar las imposiciones de los traidores. Pero menguan. La comodidad, la tranquilidad y los negocios imperan sobre los sentimientos. Y diez años atrás había más héroes resistentes que en la actualidad, y a medida que pasan los días, las semanas y los meses, entre los catalanes constitucionalistas aumentan los cómodos amantes del silencio y la aceptación de la violencia separatista. Y hay que saber entenderlos. Se han visto perseguidos, humillados, acosados, amenazados, y al final, los que amenazan, los que acosan, los que humillan y los que persiguen, los nazis, comunistas y racistas –¿de qué racistas?–, son los beneficiados por el Gobierno traidor de España. ¿Para qué resistir más?

Todo empezó cuando el poder político impidió a la Guardia Civil que abriera un maletero. Se sabía que en ese maletero huía un ser semoviente. No se supo hasta más tarde que la llave del maletero se la ofreció quien, efectivamente, gobernaba en España.

Y aquello se ha perdido. Queda la esperanza del desmoronamiento del Gobierno traidor en los próximos meses. El PP tiene que bloquear la Ley en el Senado. Es la última esperanza. De lo contrario, España perderá a Cataluña. Y también observo y constato con mucha tristeza, que esa pérdida, a muchos españoles, empieza a importarles un bledo. Y eso es más grave, incluso, que la traición política.