Fundado en 1910
Cosas que pasanAlfonso Ussía

La Repanocha

Con un cóctel bautizado como Pasionaria Puerto de Valencia, es bastante probable que el negocio de Pablo Iglesias se resista a permanecer en lo alto. Me temo que se la va a pegar una vez más. Y van…

Madrid, la permanente sorpresa. En un par de días se abre un nuevo local tabernero y tabernario. La Taberna Garibaldi, en Lavapiés. «Solo para rojos». Mal empieza el negocio en una ciudad en la que ser rojo es sinónimo de esnobismo extravagante. Garibaldi fue un revolucionario, efectivamente. Pero no de izquierdas. También existen revolucionarios de derechas, como el sindicalista polaco Lech Walessa, que montó un lío a los comunistas de los gordos. Claro, que existió una «Brigada Garibaldi» integrada en las Brigadas Internacionales que lucharon con el rojerío en la Guerra Civil. Como en la marcha triunfal de Les Luthiers cuando entonaron aquel bellísimo final de «perdimos, perdimos otra vez». Garibaldi nació en Niza, cuando ésta ciudad costera todavía no era francesa. Pertenecía al Reino de Cerdeña. Y luchó por la unificación de Italia, lo contrario que el dueño de la nueva taberna, que es partidario de la partición y descomposición de España. Garibaldi, «Roma o muerte», fue un bravo capitán del Reino de Cerdeña, y tampoco se le puede calificar de republicano. Reconoció a Víctor Manuel de Saboya como Rey de Italia y terminó vendiendo espaguetis. Resulta curioso que un militar haya alcanzado la inmortalidad en el ramo de la hostelería. En España, en Italia, en Argentina, en México, y hasta en la Columbia Británica, en Canadá, existen establecimientos hoteleros con el nombre de Garibaldi. El último de ellos, el «Garibaldi Lake» canadiense con una ventaja sobre el resto de los garibaldis dispersos por el mundo. En un salón del hotel, por un dólar canadiense se puede mantener una conversación de tres minutos con los osos Yogui y Bubú que, para colmo, no eran de allí, sino del parque de Yellowstone. Aporto la idea. Un muñeco en la Tarberna Garibaldi de Pablo Iglesias, que represente a Santiago Carrillo. Es posible que el muñeco sea más interesante que la persona. En fin, ideas que se entremezclan cuando nos hallamos ante un gran acontecimiento hostelero.

No se trata de la constatación de un fracaso político. El grupete de Pablo Iglesias siempre fue muy de tabernas, discotecas y cuartos de baño en los locales nocturnos. El gran titán de Podemos lleva la taberna en la sangre. La política fue un paso que le sirvió de bastante poco, siempre que se considere «bastante poco» un chalé en Galapagar, un sueldo de vicepresidente, y una colocación de ministra para su chica. Me consta que su carrera política tuvo como único objetivo darse a conocer para entrar con todos los honores en el gremio de la hostelería. Y no lo ha hecho en soledad. Para triunfar en una taberna hay que ir de la mano de socios populares y universalmente conocidos, como el poeta argentino Sebastián Fiorilli y el célebre cantautor toledano Carlos Ávila. Fiorilli es el autor de un poema inmortal, superior o, al menos de pareja magnitud, que la elegía a Chávez de Juan Carlos Monedero. El poema de Fiorilli Marisma de mí, supera todas las expectativas, siempre en el supuesto de que haya tenido expectativas. Y el cantautor Toledo, que es un ejemplo de originalidad, ha escrito y musicado una canción Palestina Libre, que sin prudencia alguna recomiendo a los lectores de El Debate por su hondura y armonía.

No dejen de ir. Soliciten un salmorejo partisano, enchiladas Viva Zapata, y Carrilleras Garibaldi. Y entre los cócteles, el Fidel Mojito, el Ché Daiquiri, el Evita Martini, o el Pasionaria Puerto de Valencia. Nada hay de cursilería comunista en estas denominaciones tan acertadas.

Pero no se les ocurra solicitar un Cuba Libre, porque podría interpretarse como una provocación.

Por otra parte, como buen comunista, Pablo Iglesias tratará a los empleados de la Taberna Garibaldi, como lo hicieron con los suyos en la Bardemita los hermanos Bardem. Pagos sin retrasos, despidos generosamente remunerados, y a tomar vientos en el caso, muy probable, de cierre del negocio. Con un cóctel bautizado como Pasionaria Puerto de Valencia, es bastante probable que el negocio se resista a permanecer en lo alto.

En resumen. Que este imparable líder político metido a tabernero, es más cursi que una barbacoa azteca. Y no me pregunten en qué consiste la barbacoa azteca, porque lo ignoro en su totalidad.

Y a cerrar el local con el Bella Ciao cuando lo ordene Yolanda Díaz.

Me temo que se la va a pegar una vez más. Y van…

La repanocha.