Lo que no va a ocurrir
Que un político quiera tener poder puede ser perfectamente legítimo. El problema empieza cuando está dispuesto a emplear cualquier método para retenerlo
Vivimos una deriva política tan peligrosa que hay que intentar empezar a ser conscientes de que para poder cambiar de Gobierno habrá que dar una batalla mucho más dura de lo que nunca nos ha tocado. Ganar unas elecciones ya no es tan sencillo. Escuchaba días a tras a un amigo venezolano hablar de las posibilidades de que en el último minuto se habilite la candidatura de María Corina Machado para las elecciones presidenciales de Venezuela. La lúcida tautología con que este hombre descalificó esa posibilidad es perfectamente aplicable en el escenario político español de esta hora. Si en Inditex entrara un consejero que pretendiese que la compañía textil pasara a vender comida para animales, estaría despedido de un día para el siguiente. Si en Uber entrara un consejero que defendiera que hay que dar una oportunidad a los taxis, sería despedido antes de tomar asiento. Si en Destilerías y Crianzas (DYC) entrara un consejero miembro de la liga anti alcohólica, no es probable que se le permitiera defender sus posiciones y creencias.
En el contexto de la conversación esta tautología era empleada para ilustrar la situación a la que se enfrenta Machado en Venezuela, donde no tiene ninguna posibilidad de que se levante el veto político a su candidatura presidencial. Pero debo reconocer que en mi opinión la situación política en España cada vez se parece más a la de Venezuela. Lo cierto es que tenemos un presidente del Gobierno cuyo único objetivo político es retener el poder. Que un político quiera tener poder puede ser perfectamente legítimo. El problema empieza cuando está dispuesto a emplear cualquier método para retenerlo. En España hemos visto en el último lustro una serie de pasos que van minando la calidad de nuestra democracia y lo que no va a ocurrir es que Sánchez dé un paso atrás en la ocupación de instituciones que lleva perpetrando desde que llegó al poder el 1 de junio de 2018. Él cree que tiene el deber moral de ocupar todos los órganos de poder para así estar en posición de sestear en Moncloa el resto de su vida. Y no va a dar un paso atrás en su asalto y ocupación de todas las instituciones. Por eso es tan fundamental no rendir un centímetro en su acoso.
Ver a la portavoz del Gobierno de la nación defender la libertad de Prensa frente al supuesto ataque del jefe de gabinete de la presidente de la Comunidad de Madrid a un medio no afín, estaría muy bien si después no se despachase la rueda de Prensa del consejo de ministros en un cuarto de hora sin permitir preguntar por asuntos de máxima relevancia en esta hora como el contundente informe de los letrados del Senado sobre la inconstitucionalidad de la ley de amnistía o la denuncia del Ilustre Colegio de Abogados de Madrid contra la Fiscalía por filtrar datos privados.
Así las cosas, lo que no va a ocurrir es que el Gobierno que padecemos muestre el más mínimo respeto por las formas tradicionales de democracia parlamentaria. Hemos entrado en una deriva en la que casi la única esperanza es que en los dos próximos meses en que el PP puede tener bloqueado en el Senado este proyecto de Ley sucedan tantas cosas como las que han acontecido en los dos últimos meses. Pero ni aún así es probable que la ley de amnistía descarrile. Y con esa victoria, ya sólo le queda a Sánchez una carta para mantenerse en el Gobierno. Los objetivos de los partidos con los que ha pactado su Gobierno de forma inmoral son dos para esta legislatura: amnistía y autodeterminación. La amnistía estará ya conquistada y tendrá que conceder también la autodeterminación para mantenerse en el poder.
Lo que no va a ocurrir es que quienes han visto que lo tienen todo al alcance de la mano cedan ahora en sus pretensiones.