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Pecados capitalesMayte Alcaraz

Periodismo con derecho a roce

Políticos y periodistas de ambiciones cortas y lengua sin reparo deontológico han enfangado el terreno de juego

Al hilo del insulto matón de Óscar Puente a la pareja de Isabel Díaz Ayuso al que tachó de testaferro con derecho a roce, quiero denunciar aquí a mi profesión. O mejor, quiero denunciar la guarrada en la que están convirtiendo mi profesión muchos políticos y algunos colegas, todos ellos jaleados desde las redes sociales por anónimos encapuchados tras avatares que les dan carta blanca para insultar, calumniar y exigir más madera, más sangre, un golpe más certero al bazo del otro.

Porque en esta gallera, antes llamada profesión periodística, periodistas contra políticos, políticos contra periodistas y periodistas y políticos entre sí, no puede quedar nadie vivo; y menos la libertad de expresión y la reputación de la profesión que ejercemos. Si acaso algún avezado, cacareando y sin pluma. Hay que descrestar al otro, después de haberle comido el hígado, como el águila hacía con Prometeo. Solo que el mito griego del titán al que Zeus castigó por robar el fuego a los dioses para dárselo a los hombres veía cómo a la mañana siguiente su víscera se había regenerado, y el águila volvía a comérsela. Y así una y otra vez, pues el águila estaba tan obsesionada como Sísifo con la piedra. Me temo que aquí tanto deterioro ya no va a dejar tejidos sanos que puedan regenerarnos.

Ejerzo la profesión desde hace 35 años. Vi de becaria cómo compañeros tenían que mirar cada mañana debajo de su coche por si ETA les había colocado una bomba. Hoy hay que mirar en las redes sociales para ver si la bomba en forma de insulto o bocado a la yugular te la ha colocado un político macarra, un jefe de gabinete desabrido o un colega que antes fue juntaletras y hoy es un tiralevitas del poder. Donde antes había compañeros a los que batir con exclusivas ahora hay activistas, donde antes había políticos a los que fiscalizar con la verdad ahora hay enemigos a los que destrozar aireando verdades o mentiras sobre lo que más les duela: parejas, hermanos, padres, vecinos, porteros de la finca, compañeros de clase, tía de una abuela, cuernos, hipotecas. Si no hay casas donde meter la nariz hay clubes de alterne que alegran un titular como nada. Se dispara a todo lo que se mueve, y si no se mueve se le insulta para que salga de la guarida y sirva de blanco para las diatribas.

Aprendí de mis maestros que hay una forma decente de estar en este oficio: nunca se escribe para agradar. Ahora se escribe, habla y opina para matar. Hoy hay bandos. Y periodistas que de buena gana pedirían un autógrafo al presidente o al ministro que los llama por su nombre; que viene a ser, al fin y al cabo, como si firmara al pie de su información. Entregados al pragmatismo y al código oficial de que el fin justifica los medios, son empleados de una siniestra maquinaria. Esta profesión está tan desorientada y atrofiada que muchos colegas no tienen ningún compromiso con el bien común ni con los principios que defendían anteayer. Solo hace falta que el líder cambie de opinión para seguirle como corderitos que buscan mantener el pesebre. Porque sin pesebre suenan las tripas de hambre.

Ahora un chat privado entre un político y un informador es mercancía para colocar en los lineales del despiece. Tú vas y echas en la cesta unos insultos por aquí, otras amenazas por allá, unos piropos machistas por acullá y ya tienes la despensa llena de oprobios para cocinar al contrario. Periodistas con derecho a roce a cambio de poner arriba de la escaleta el escándalo del contrario –crear ninot para quemarlo– y esconder las corrupciones de los propios –crear mitos.

Políticos y periodistas de ambiciones cortas y lengua sin reparo deontológico han enfangado el terreno de juego. El poder o te destituye en un Rodilla o te incorpora a sus gabinetes de propaganda o te convierte tarde o temprano en una viuda mediática cuando las luces se apaguen; que se apagarán. Unos destilan saliva para lamer las botas del que manda; otros chorrean mala baba contra ciudadanos anónimos que ven su nombre pringado en titulares injuriosos de diarios que no valdrían ni para envolver el bocadillo. Que cada uno haga examen de conciencia. Sigo siendo de la vieja escuela del respeto a los compañeros y no caeré en la tentación de poner nombres en estos tiempos increíblemente mezquinos y sorprendentemente bajos. Lo dejo a su probada perspicacia.