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El puntalAntonio Jiménez

Puigdemont evidencia la debilidad de Sánchez

Habrá referéndum de autodeterminación negociado, por las buenas, o convocado unilateralmente, por las malas

A Puigdemont sólo le faltó decir «ja sóc aquí» en su mitin de la localidad francesa de Elna, junto a la frontera con España, para emular al Tarradellas que regresó del exilio a Barcelona y después de aprobarse una amnistía, esa sí, motivada y plenamente justificada por la necesaria reconciliación después de inaugurarse un tiempo político nuevo en democracia que venía precedido de una dictadura, cosa que no guarda parangón alguno, ni por asomo, con la situación actual.

Tampoco Puigdemont resiste comparación alguna con Tarradellas que, si hubiera podido, no habría dudado en afearle su huida cobarde de España en el maletero de un coche, espetándole aquello de que en política se puede hacer de todo menos el ridículo y mucho menos cuando no se asume con dignidad la responsabilidad de lo que se dice y se hace.

Hasta el 23-J Puigdemont era un tipo amortizado políticamente, sólo preocupado de su futuro judicial hasta que Sánchez necesitó de su concurso imprescindible para seguir en el Gobierno. A partir de ese momento se dedicó a blanquear su condición de delincuente prófugo de la Justicia para convertirlo en el aliado parlamentario preferente de quien depende su continuidad en la Moncloa.

Por eso puede permitirse, como hizo en el mitin de Elna, humillar con sus palabras otra vez a Sánchez y a todos los españoles por más cesiones y perdones que se le concedan. Hay que agradecerle, eso sí, a Puigdemont que no se guarde nada y deje en evidencia a Sánchez recordando el largo memorial de exigencias satisfechas hasta hoy por el presidente del Gobierno: desde el mediador internacional a la imposición del catalán en el Congreso, pasando por los esfuerzos de Albares por intentar colarlo como lengua oficial en la Unión Europea, sin éxito, o la negociación de la investidura del propio Sánchez en el extranjero (Suiza), una anomalía sin precedentes en las democracias europeas. La última concesión, por ahora, ha sido la amnistía.

Una ley de amnistía que como saben los lugareños de remotas montañas y desiertos lejanos, incluidos «Gracita» Bolaños y el resto de cínicos oportunistas políticos y mediáticos que viven del «sanchismo», no va de reconciliación o concordia como insisten en hacernos creer como si fuéramos idiotas, sino de los siete votos que Sánchez necesitó y compró a Junts a cambio de apoyar su investidura tal y como señala el CGPJ en su informe contrario a la medida por ser inconstitucional, quebrar la igualdad entre los españoles, vulnerar la separación de poderes y ser producto de una arbitrariedad del Gobierno en complicidad con su entramado parlamentario.

El eufórico Puigdemont de Elna se encargó de recordar a los pocos despistados que aún pueda haber que la impunidad que ha conseguido para presentarse a las elecciones del 12-M en Cataluña no es para pasar pagina, ni para reconciliarse con nadie, sino para reafirmarse como presidente legítimo de la Generalitat tras ser perseguido injustamente por algo que volverá a hacer. Habrá referéndum de autodeterminación negociado, por las buenas, o convocado unilateralmente, por las malas, con el propósito de proclamar la independencia y completar el trabajo pendiente desde 2017.

Cuando eso ocurra cabe preguntarse sobre la disposición de Sánchez para responder con la aplicación del artículo 155 de la Constitución. Sinceramente lo dudo después de haber borrado con la amnistía todos los delitos perpetrados por el secesionismo antes, durante y después del 1-O.

Ni Sánchez estaría legitimado políticamente para perseguir el desafío separatista, ni el Estado cuenta ya con las mismas armas legales para afrontar el envite tras eliminar el delito de sedición y minimizar el de malversación. Tampoco se entendería en Europa que España persiguiera delitos previamente amnistiados.

Sánchez ha desarmado al Estado política y jurídicamente ante otro previsible desafío independentista y de paso ha cargado de razones al secesionismo con la ley de impunidad para intentarlo de nuevo. Dice García Page que si Puigdemont vuelve a hacerlo, el ridículo al que nos exponemos es histórico. Le faltó añadir que por culpa de un Sánchez sin escrúpulos, ayuno de principios, y enfermo de poder. Que cuente el presidente castellano-manchego con la exposición al ridículo, porque Puigdemont volverá a hacerlo.

Antes veremos que hace Sánchez, cuando Puigdemont le exija el apoyo del PSC para recuperar la presidencia de la Generalitat tras las elecciones del 12-M y tenga que decidir entre una nueva cesión para impedir que Junts le arruine definitivamente la legislatura o negárselo con el fin de no contrariar a ERC, el otro socio, de quien también depende su continuidad en la Moncloa. El resultado de las elecciones catalanas decidirá el presente y futuro de esta insufrible legislatura.