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Pecados capitalesMayte Alcaraz

Kate

Siento una profunda vergüenza cuando veo ese triste vídeo en el que la futura Reina británica nos interpela con sus ojos tristes aquello que no hace falta verbalizar y cualquier persona sensible atisba. Déjenme vivir en paz

Salió Kate Middleton a decir que tenía cáncer y terminó el cachondeo. Horas y horas de programas de televisión elevando la apuesta sobre la razón de por qué la Princesa de Gales no aparecía ante los voraces ojos de carnaza, y todo para nada. ¿Dónde ha quedado ese problema de salud mental transmitido por su suegra, a la que no conoció, por cierto, para alimentar la leyenda negra de las consortes del Heredero? ¿Dónde su anorexia que la tenía retenida en una cama sin poder moverse? ¿Y la infidelidad de su marido, casi biológica, porque «todo se hereda»? ¿Y el divorcio gestionado en secreto por la oficina del Príncipe? ¿Y la maldición de Lady Di, que había llevado a su nuera a quitarse la vida por la infelicidad vivida en su matrimonio? ¿Y la conspiración de la Casa de Windsor para quitarla de la circulación, temerosa de que la popularidad de Kate estuviera haciendo mella en Carlos III? ¿Dónde la operación de histerectomía que la había dejado sin órganos reproductores? ¿Dónde el problema de Estado porque la pérfida esposa de Guillermo había difundido una foto retocada para acallar rumores?

Lástima que tuviera que ser una pobre mujer de 42 años, madre de tres niños, la que, sentada en un banco, tuviera que confesar su tragedia para acabar así con el espectáculo que había obligado a todos los programas a abrirle hueco a Kate entre Puigdemont y el novio de Ayuso. La curva de audiencia se disparaba y había que sacar partido al silencio. Criticaban la falta de información, pero en el fondo la agradecían para rellenarla con atrocidades cada vez mayores, con infundios siderales. Se trataba de confundir las voces con los ecos. Y, sobre todo, mandar a algún reportero Tribulete a leer los tabloides ingleses en cualquier calle de Londres; los tabloides son muy agradecidos pues siempre tienen unos cuernos que colocarle en la frente a una desposada o esconden una muerte ocultada por algún servicio secreto. Con eso y con algún tertuliano o experto en protocolo real que no ha leído ni una palabra de la historia de las Monarquías europeas, el share estaba garantizado.

Tenemos interiorizado un resorte moral según el cual a los famosos se les puede decir de todo, incluso propagar bulos que los denigren; nos sentimos con derecho a sentarnos como las tricoteuses de la revolución francesa, ávidas de sangre en la plaza pública. Máxime si son de una Casa Real. Es como si tuvieran que pagar un precio mayor en humillación y acoso por no haber pasado por las urnas. Mientras hacen calceta, el populismo social y mediático ha dado por bueno que los royals han de hacerse perdonar su hipotética «falta de legitimidad democrática». Como si someterse a unas elecciones otorgase automáticamente una superioridad moral y un respeto mayor; nada cómo observar la panoplia de dirigentes actuales salidos de las urnas para comprobar que se trata de una falacia como un castillo.

Y ese marco mental que legitima el ensañamiento cruel contra los Monarcas y sus familias desemboca actualmente en escenarios execrables: desde Reyes que son expatriados, hasta Reinas de las que se cuentan intimidades asquerosas e inventadas, hasta princesas a las que se despelleja por haber dado mal al botón del Photoshop, seguramente para matar un tiempo lleno de dolor e incertidumbre. Ahora esos mismos que derraman lágrimas de cocodrilo por el cáncer de Kate intentarán con denuedo ponerle apellidos a su tumor que solo saciará a la audiencia cuanto más la acerque a la capilla mortuoria del castillo de Windsor.

La vida siempre ofrece lecciones muy valiosas, y muy duras también. En nombre de la libertad de expresión no todo vale. Ni a la Princesa de Gales debería habérsele obligado nunca a tener que confesar crudamente una enfermedad para acallar a las vecindonas ni a nuestra profesión le hace más grande doblegar así la voluntad de alguien que, sin esa presión, probablemente hubiera emitido en pocos días un comunicado escueto informando de su grave percance de salud. Será Princesa, tendrá muchos privilegios, pero ante esta enfermedad era solo una madre reuniendo la fuerza suficiente para contarle su duro horizonte a tres niños. No sé ustedes, pero yo siento una profunda vergüenza cuando veo ese triste vídeo en el que la futura Reina británica nos interpela con sus ojos tristes aquello que no hace falta verbalizar y cualquier persona sensible atisba. Déjenme vivir en paz.