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El observadorFlorentino Portero

Serenidad

Desde los años de Bush Estados Unidos nos viene advirtiendo sobre los efectos de nuestro comportamiento. Es el momento de abrir un debate sereno sobre el futuro de la Alianza, que requerirá mucho más que el aumento del presupuesto

Tras el reciente Consejo Europeo nuestros dirigentes nos han ofrecido un nuevo y lamentable espectáculo de histeria en torno a la amenaza que Rusia supone para nuestra seguridad. Los medios de comunicación se han hecho eco de estas declaraciones, así como de las reconocidas dificultades para tomar medidas coherentes con las que disuadir o contener al régimen de Putin, cada día más firme en sus pretensiones expansionistas. La hipotética llegada de Trump a la Casa Blanca y el creciente histerismo europeo le dan alas para avanzar en su objetivo final de reconstruir el imperio de los zares.

Se habla de fabricar entre varios estados desde aviones a carros de combate, pero ni será para mañana ni resultará fácil armonizar intereses corporativos y nacionales. Lo sabemos por experiencia. Europa necesita una industria capaz de dotar a nuestras fuerzas armadas de las capacidades propias de nuestro tiempo. ¡Qué duda cabe! Pero eso ni es defensa ni los resultados van a estar a la vista en breve.

En este show de nerviosismo ha destacado nuestra ministra de Defensa, que nos ha recordado que los misiles rusos pueden llegar a territorio nacional. Un comentario sorprendente de quien lleva seis años en el ministerio centrada en los estratégicos asuntos del género y en la amortización del Centro Nacional de Inteligencia, que ¡por fin! ha dejado de importunar a todos aquellos que suponían un riesgo, reto o amenaza para la seguridad nacional. Una casa que pasó por momentos muy complicados y que ahora asiste indefensa a la retirada de muchos de sus mejores agentes.

Los misiles rusos pueden golpear territorio nacional desde hace décadas. El régimen de Moscú es una amenaza para Europa desde hace mucho tiempo. Las bibliotecas y hemerotecas del Viejo Continente dan testimonio de los muchos trabajos publicados advirtiendo de lo que se nos venía encima, así como de la necesidad de prepararnos para ello. El grosero histerismo de nuestros dirigentes tiene mucho que ver con su responsabilidad en haber permitido que la situación se deteriorara sin hacer nada relevante. Von der Leyen fue ministra de Defensa en un gobierno presidido por su amiga Merkel, una de las principales responsables de haber mantenido con Rusia una política de apaciguamiento que, como sabíamos, acabaría alimentando a la bestia. Lo lógico es que hubiera pedido perdón y se hubiera retirado de la política. Sin embargo, se presenta como candidata del Partido Popular Europeo a revalidar su cargo de presidenta de la Comisión. ¡Cómo es posible! Robles lleva años al frente de un ministerio responsable de la ausencia de capacidades en nuestras fuerzas armadas. Peor aún, junto con Exteriores repetían en la OTAN y en la UE que no había que centrarse sólo en los problemas de nuestra frontera oriental común, que también había un sur problemático. Una afirmación que abocaba a que los aliados preguntaran «inocentemente» sobre la razón que nos llevaba a no invertir en defensa en circunstancias tan complicadas y apremiantes.

El histerismo es incompatible con la gobernanza. De un político se espera conocimiento, criterio y templanza. El oficio necesario para llegar a ocupar puestos de alta responsabilidad tiene que haber aportado ese sosiego sin el que resulta imposible pensar con claridad en momentos de confusión. Ante la situación que estamos viviendo no nos pueden gobernar aquellos que, con sus errores, nos han llevado al desastre.

La Unión Europea no está preparada para asumir la responsabilidad de garantizar la seguridad del Viejo Continente. Esa es la misión de la OTAN. Trump ha hecho durísimas acusaciones, todas perfectamente fundamentadas. En realidad, su aportación se mide más en grosería que en contenido. Desde los años de Bush Estados Unidos nos viene advirtiendo sobre los efectos de nuestro comportamiento. Es el momento de abrir un debate sereno sobre el futuro de la Alianza, que requerirá mucho más que el aumento del presupuesto. En realidad, esa es la parte fácil. El reto más complicado reside en el objetivo. Sin el «vínculo» trasatlántico Europa puede, una vez más, dividirse entre un vocerío tan histérico como estéril.