España, mañana, será dominicana
¿Qué tendrá Punta Cana que allí acaban todos y todas?
Un viejo dirigente socialista madrileño se tiró varios quinquenios denunciando el «urbanismo depredador» de Gallardón y de Aguirre, para mudarse poco después a uno de esos infiernos especulativos, quizá para infiltrarse y poder contarle luego a la Resistencia la tortura de vivir en una casa baja, rodeada de sierra, con piscina y más silencio que en una rueda de prensa de Pedro Sánchez con preguntas sobre Begoña Gómez.
Ese contraste entre lo que se dice y lo que se hace y lo que se denuncia y lo que se disfruta forma parte del genoma de esa izquierda cínica que por las mañanas prohíbe la prostitución en el Congreso y por la noche se va de lumis con Tito Berni, que no es categoría pero tampoco anécdota: no ha habido caso de corrupción sonado en el PSOE, desde los ERE hasta Roldán, que no culmine con largas noches de blanco satén acariciadas por samaritanas cargadas al erario público.
Ahora el urbanismo salvaje para los demás y grato para uno mismo se ha desplazado a Punta Cana, que empieza a ser para socialistas corruptos lo que Argentina para nazis huidos, salvando las distancias: un lugar donde disfrutar de una vida de incógnito, sin miedo a que el despliegue de recursos de dudosa procedencia tenga por respuesta la justicia internacional reclamada por Baltasar Garzón para todos, con la excepción de sus amigos.
Allá en la República Dominicana confluyen, con distintos papeles, Koldo García, Luis Rubiales, Javier Hidalgo, Víctor Aldama, José Bono, Pedro Sánchez y Begoña Gómez, cada cual con una excusa más o menos presentable.
No hago saco común, al menos de momento, entre quienes son sospechosos formales de guardar allí dinero turbio y quienes tienen una extraña afición a viajar en cuanto tiene cinco minutos y una invitación endeble. Pero la coincidencia y la acumulación de esbirros de la misma familia solo puede parecerle secundaria a quienes formen parte de ella.
Porque Sánchez ha viajado a la República Dominicana con una frecuencia llamativa, su esposa también, con él y sin él, y allí han anidado el mafioso de las mascarillas, el rescatado de Globalia y el besucón de la Federación. Puede ser una casualidad, pero también un indicio: sería la primera vez que se reúnen todos los pastores y no hay una oveja muerta.
Una buena manera de salir de dudas sería obteniendo respuestas a las preguntas que al menos unos pocos nos hacemos, impulsados por una mezcla de decencia intelectual y sentido común que al parecer otros emplean en perseguir a la mujer de Feijóo, sin duda mucho más peligrosa que la tribu de expertos en intermediaciones, compraventas, rescates y derroches asentada en las inmediaciones de la Moncloa.
¿Quién viajaba en los aviones del Estado rumbo al Caribe, más allá del Rey, el presidente y algún alto mando militar? ¿Cuántos de los turistas accidentales del listado enumerado en este artículo tienen allí propiedades, acciones, cuentas o cualquier otro bien?
A nadie sin tacha debiera costarle responder a estas sencillas cuestiones. Incluso podría verlo como una liberadora oportunidad de acabar con rumores, despejar sospechas, resarcir honores y marcar distancias con quienes no tengan la conciencia igual de tranquila. Si es su caso, señor presidente, ya está tardando en desmontar el meme que corre como la pólvora: «España, mañana, será dominicana».