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Todo es mentira. Rigurosa, impecable, cegadora mentira. ¿Cómo se puede vivir en una fosa séptica tal que esta nuestra? Pudriéndose. No nos engañemos: no es el Gobierno el que se pudre, no lo son todas y cada una de las instituciones del Estado. Nos pudrimos todos. Y hay difícil salvación para eso.

Fue mentira, antes de su llegada al poder, la tesis doctoral de Pedro Sánchez. Mentira, la autoría de su posterior versión en libro; y la de los dos libros de su amanuense que siguieron. Mentira, las urnas ocultas tras cortinas en las que lo pillaron, embutiendo votos, aquellos adversarios suyos dentro del PSOE que ni siquiera tuvieron la dignidad de expulsarlo del partido. Mentira era la titulación académica de su «catedrática» esposa; no es necesario haberse pasado la vida dentro de la Universidad para saber los pasos que una cátedra exige: licenciatura, doctorado, tesis doctoral, experiencia docente, oposiciones durísimas. ¿Cuáles de esos pasos dio la intocable esposa de Pedro Sánchez? Puede ser que ninguno. Mentira fue que doña Begoña Gómez ejerciera función docente: lo suyo eran negocios rentables, que, en cualquier país civilizado, están vetados a la esposa de un presidente: por bastante menos de eso, Jacques Chirac y su esposa acabaron rindiendo cuentas ante los jueces franceses. De los negocios familiares, mejor ni hablemos.

Todo mentira.

Mentira, los juramentos presidenciales de no aceptar jamás corruptos en su partido. Y aún menos en su Gobierno. Pero Ábalos ni siquiera ha perdido su escaño –su sueldo pues, que es lo único que a alguien como él le importa–: ahí anda por el grupo mixto, votando lo que el capo Sánchez tenga a bien encargarle. Y a Sánchez, no me da que vaya a expulsarlo Sánchez.

Mentira, los juramentos electorales de un presidente que garantizaba no indultar, de ningún modo, a los golpistas de Esquerra y Junts; que proclamaba defender el cumplimiento de hasta el último segundo de sus penas: las carcajadas de Junqueras están todavía escuchándose. Mentira, los presidenciales juramentos de que nunca jamás admitiría una amnistía para tan obscenos delincuentes: las carcajadas de Junqueras sólo quedan solapadas ahora por las aún más homéricas del Puigdemont aquel al que Pedro Sánchez prometió traerse de una oreja hasta la cárcel y que ha acabado por ser el carcelero del matrimonio Sánchez-Gómez en su palacio de Moncloa. Mentirá será su promesa de no aceptar un referéndum de independencia para Cataluña. No, no va a aceptarlo; va a proponerlo.

Todo mentira.

Los juramentos presidenciales de no mancharse con la sombra de una corrupción, con la sombra de una corrupción, con la sombra de una…

…Corrupción.

O no. Más que corrupción, podredumbre: esa degradación terminal de la vida que acaba por trocar en muladar todo. Eso está pasando. La podredumbre metódica de un gobierno no descompone sólo, a largo plazo, a los infames sujetos que lo encuadran. Pudre todo aquello sobre lo cual ese gobierno proyecta sombra y sospecha. Un país que tolera a un presidente falsificador de títulos es un país podrido. Un país que tolera en su parlamento a un ex ministro que se enriquece traficando con la masiva muerte ciudadana es un país podrido. Un país que tolera ver presidido su parlamento por la compradora de podridas mascarillas es un país podrido. Un país que acepta que le dicten lecciones morales desde lo profundo del cieno personal y familiar más contagioso es un país de esclavos que aman la podredumbre. Éste, por ejemplo.