El alma de Europa
Heidegger afirmó, hacia el final de su vida, que solo un dios podría salvarnos. Por mi parte añado: el Dios cristiano
Europa lucha por su subsistencia. Está en peligro de muerte, pero no es seguro que vaya a morir. No es tanto que pueda extinguirse, como que deje de ser lo que esencialmente es. Y esa esencia de Europa se encuentra en el cristianismo. Si Europa deja de ser cristiana, dejará de ser Europa.
Uno de los fundamentos de la crisis europea, el principal, es el declive de la aceptación social del cristianismo. La Iglesia Católica, aunque solo en parte, sigue siendo una de las pocas instituciones que cumple la función profética e intelectual de oponerse a la opinión dominante, pero ha perdido la mayor parte de su autoridad espiritual. Hoy, los restos de esta autoridad, un patético sucedáneo, se cobijan en la oscuridad fragmentaria de las redes sociales.
Heidegger afirmó, hacia el final de su vida, que solo un dios podría salvarnos. Por mi parte añado: el Dios cristiano. Pero el diagnóstico no es compartido. Si lo fuera, no habría propiamente crisis. Además, ni siquiera existe una actitud general acerca de la naturaleza del cristianismo. Está claro que la concepción ritualista y legalista es muy minoritaria. Es muy difícil mantenerla después de una atenta lectura de los Evangelios. En el siglo XIX se fue abriendo paso en la teología cristiana la actitud «liberal» que reduce el cristianismo a una mera doctrina moral, sublime sí, pero solo eso: una moral. Pero la tarea del cristiano no consiste meramente en el cumplimiento de una moral exigente, tanto que postula el amor a los enemigos, sino en la purificación a través de la fe y la vida en el reino de Dios, y no en el reino del mundo. Ninguna doctrina había proclamado algo parecido. Jesús de Nazaret no enseña una doctrina que haya creado o aprendido. No afirma: «Yo enseño la verdad», sino «Yo soy la Verdad», el Camino, la Verdad y la Vida. Nunca nadie dijo nada semejante. El hombre no se salva por sus buenas obras, es decir, por sus solos méritos, sino por la gracia de Dios. Como afirma Ratzinger en Jesús de Nazaret, II, el capítulo 13 del Evangelio de Juan expresa lo mismo que Pablo. «En lugar de la pureza ritual no ha entrado simplemente la moral, sino el don del encuentro con Dios en Jesucristo». El mérito del hombre reside en la aceptación libre de la invitación de Dios, pero Él es quien verdaderamente obra. En la fe cristiana es Dios el que nos purifica.
Es cierto que el abandono extendido de la moral cristiana es causa principal de la crisis europea. Pero no es solo eso. Hay algo más. Existe una cultura cristiana, pero el cristianismo no es una cultura. Existe una moral cristiana, pero el cristianismo no es una moral. Sin la vida eterna, el cristianismo es un fracaso. Lo dijo Pablo: «Si solo en esta vida esperamos en Cristo, somos los más miserables de los hombres».
Lo que Europa necesita no es solo la restauración de la moral cristiana. Por lo demás, no ha sido sustituida por otra nueva, sino por la decadencia de la moral, en definitiva, por el mal. Lo que necesita es la regeneración del cristianismo, y no solo la rehabilitación de la moral. La vigencia del reino de Dios es mucho más que la vigencia de una moral.
El problema de Europa es religioso, y, solo de modo derivado, moral. Europa nació en los monasterios. Su patrón es san Benito de Nursia que, como recuerda Alasdair MacIntyre, en la soledad de Subiaco, salvó de la barbarie los sabios libros antiguos, cristianos y paganos. La razón que conoce y la fe que salva. La razón que salva y la fe que conoce. No es casual que la mayoría de los fundadores de la nueva Europa que sobrevivió al terror totalitario fueran cristianos. El cristianismo no es una característica accidental y prescindible de la historia europea. Constituye el alma de Europa.