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Agua de timónCarmen Martínez Castro

Un gobierno fake

Cada nuevo día que Sánchez consigue amanecer en Moncloa, en las Marismillas o en La Mareta es un día plagado de nuevas exigencias y de descrédito creciente ante los ciudadanos

El Gobierno nos ha anunciado que piensa aprobar 198 iniciativas legislativas este año; entre ellas 43 leyes ordinarias y seis leyes orgánicas, incluida la reforma de la ley de Enjuiciamiento Criminal que, según explicó Bolaños, es una antigualla de 1882 y necesita un alicatado urgente. Pero el furor legislativo de este gobierno adolece de la misma falta de credibilidad que sus proclamas sobre el apaciguamiento del independentismo catalán o la constitucionalidad de la ley de amnistía.

Todo lo que le sobra al ministro en cháchara hueca le falta en precisión y en datos. Bolaños no ha explicado cómo va a sacar adelante tantas iniciativas el mismo gobierno que ha renunciado a presentar sus primeros presupuestos. Asegura que va a aprobar 198 leyes y decretos, pero se ha declarado incapaz de llevar a buen término la única ley realmente imprescindible. Algo similar ocurre con los Fondos Europeos; el cuarto desembolso, por valor de 10.000 millones de euros, ya debería haber llegado a España, pero está congelado en Bruselas a la espera de que Yolanda Díaz consiga poner en marcha la reforma del subsidio de desempleo. Si hace unas semanas fue Podemos quien tumbó la iniciativa de la menguante lideresa, ahora puede ser ERC quien deje caer la reforma para cobrarse cumplida venganza de la puñalada asestada por Ada Colau en la Generalitat. A este guirigay diario le llaman mayoría de progreso.

Todo es mucho peor y más absurdo que en la legislatura pasada por una sencilla razón: los socialistas han perdido las elecciones. Ese hecho tiene un innegable valor político, pero también tiene consecuencias prácticas que vemos cada día. Sánchez carece de una mayoría para gobernar, solo ha conseguido armar una mayoría para impedir que gobierne Feijóo. No tiene socios solidarios con la acción del gobierno sino una caterva de prestamistas exigiendo intereses cada vez más onerosos. Cada nuevo día que Sánchez consigue amanecer en Moncloa, en las Marismillas o en La Mareta es un día plagado de nuevas exigencias y de descrédito creciente ante los ciudadanos. Cualquier parecido de esta situación con la estabilidad o el desarrollo de un proyecto político es una broma de mal gusto.

Las trolas de Bolaños, los anacolutos de Montero y las bravatas de Óscar Puente pueden servir para distraer al personal pero no arreglan la avería de fondo de este gobierno: nació tan débil que ni siquiera ha logrado aprobar sus primeros presupuestos. Tal vez Sánchez consiga sobrevivir al regreso de Puigdemont que él mismo ha propiciado y sin duda intentará ignorar el castigo rotundo que le auguran las elecciones europeas, pero dure lo que dure, el suyo será un gobierno tan agónico como se ha demostrado en estos primeros meses. Las únicas leyes que saldrán adelante serán leyes contra el interés general, dictadas por las minorías o aprobadas a costa de nuevas renuncias. Los ministros viajan en coche oficial, asisten a actos institucionales, se reúnen los martes en Moncloa y se graban vídeos de propaganda para Instagram, pero no gobiernan. Han quedado para ejercer de macarras o de influencers.