Fundado en 1910
Cosas que pasanAlfonso Ussía

La presa Ussía

Ingresaré en el Dueso como Alfonsa Ciriaca Ussía Muñoz-Seca

Se calcula que en menos de cinco años desaparecerán en España los centros penitenciarios para penados masculinos. Todos los presos serán mujeres. En Madrid, seis condenados han cambiado de sexo. En el Dueso de Santoña, dos empresarios se han acogido a la Ley Trans de las estúpidas, han cambiado de sexo, se han declarado lesbianas, y sus DNI han sido modificados con prontitud, lo que les permite beneficiarse de condiciones penitenciarias favorables. Exigen ser cacheados por funcionarias de prisiones –«a nosotras, mujeres, sólo nos pueden tocar otras mujeres»–, y están encantadas con su nueva condición. Cuando cumplan la condena, quizá recuperen su sexo original, pero se trata de conjeturas, no de una declaración de intenciones.

A mis años, no creo que me atreva a delinquir gravemente. En el remoto caso de que así fuera y la Justicia considerara que debo ingresar en prisión, lo haría en una cárcel de mujeres. Alfonsa Ciriaca Ussía Muñoz-Seca. Siempre me he llevado mejor con las mujeres que con los hombres, y mi condena sería más sobrellevable. Celdas más amplias, con mejores vistas, y trato más suave. Sería una mujer rompedora, sin sujetador y con calzoncillos, pero mujer al fin y al cabo, y con todos sus derechos respetados, gracias a Ione Belarra, Yolanda Díaz e Irene Montero, a las que solicitaría amparo de vigilancia constante. Tengo que reconocer algunos fallos como mujer. Mi voz es grave, de barítono, y mi gestualidad no la podré cambiar de la noche a la mañana. Por otro lado, no aceptaría someterme a operación transexual alguna, porque me daría bastante susto.

No soy muy peludo, y ese detalle ayuda. Pero tengo la mala costumbre de afeitarme todas las mañanas, después de la ducha o del baño con esponja y patito de goma. Me encantaría que la Ley Trans y las autoridades de prisiones me concedieran la instalación de una gran bañera en mi celda, con el fin de someter mi higiene a los baños de espuma. En caso contrario, lo consideraría como una agresión machista a mis mejores intenciones y constitucionales anhelos. Y para colmo, mi cuerpo alberga algunas cositas que las mujeres de verdad no transportan entre sus muslos, pero haría lo posible para disimular el tolón tolón durante mis desplazamientos y en el recreo en el patio.

Sería una presa barata para el Estado, que no reclamaría con carácter gratuito ni cajitas tampaxianas ni compresas con alas o sin alas. Y exigiría, dentro de mis derechos, compartir la celda con una mujer joven, porque de la juventud se aprende una barbaridad, no por otros motivos que se escapan a mis pretensiones. Todo, menos que me endosen como compañera de celda al etarra «Chapote» –Chapota– que es una terrorista sangrienta y malísima. Aquí en La Montaña se usa una fórmula descriptiva de superlativo adornado. A «Chapota» le dirían que es una hija de la muy putísima, y mi convivencia con ella, la verdad, y lo escribo y digo con el corazón en la mano, no me hace ilusión alguna.

Claro, que para ello, hay que delinquir con gravedad. No tengo agilidad para atracar un banco. Aborrezco la violencia. Ni a mi peor enemigo le deseo la muerte. Vivo de lo que escribo. No tengo amigos comisionistas, ni me veo negociando a favor de las compañías aéreas en trance de quiebra. Para timar a millones de españoles comprando mascarillas de coña tengo que esperar a la próxima epidemia, y no creo que Dios me lo permita. No estoy en condiciones para financiar a una red de periodistas dedicados a callar y elogiar mis estafas. La única posibilidad que tengo, y la tengo de muy sencilla culminación y público escándalo, es la de dar un pico a una mujer que lo acepte y posteriormente me acuse de agresión sexual. Procederé a ello inmediatamente.

Y claro está, ingresaré en el Dueso como Alfonsa Ciriaca Ussía Muñoz-Seca. Cumplida la condena, a la calle, y de nuevo, a recuperar mi género natural y primitivo.

A ver si me sale bien.