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Pecados capitalesMayte Alcaraz

El socio racista de Sánchez

Más allá del raca-raca del separatismo, Carles es un entusiasta de la política implacable contra la inmigración, porque no comparten su ADN puramente catalán

Los independentistas catalanes, como los vascos, son racistas. Supremacistas. Recordemos a Jordi Pujol con su «habéis venido a comeros el pan de los catalanes»; o aquello tan repugnante de «el hombre andaluz no es un hombre coherente, es un hombre anárquico. Es un hombre destruido (…) Si por la fuerza del número llegase a dominar, sin haber superado su propia perplejidad, destruiría Cataluña». Y como dos que duermen en el mismo colchón, pues ya se sabe, su mujer, Marta Ferrusola, auguraba que las catedrales terminarían siendo mezquitas, y bramaba contra la inmigración. Cómo olvidar a Quim Torra cuando nos llamaba «carroñeros, víboras, hienas. Bestias con forma humana, que destilan odio» y añadía: «Ahora miras a tu país y vuelves a ver hablar a las bestias. Pero son de otro tipo».

El último representante de la xenofobia es Puigdemont, que ejerce su racismo contra los murcianos, canarios, extremeños y, por supuesto, contra los extranjeros. Porque este autóctono de sangre blaugrana, somatén y sardana vive autoexiliado en Bélgica como un rajá, para poder ver desde lejos, sin que le salpique, la destrucción de Cataluña mientras juega su comunidad a El Palé, embriagado de locura supremacista. Por eso ha pedido las competencias en inmigración: para ser blando con los islamistas y duro con los latinoamericanos, porque no consigue que hablen en catalán. El forajido ya lo lleva de fábrica, pero como le ha salido un partido competidor, Aliança Catalana, un punto más pronazi que él, pues ha terminado abrazando el discurso más racista que se vende en política. Ese nuevo partido nació en Ripoll, como consecuencia de los atentados de agosto de 2017, y aprovechó la indignación de los ciudadanos porque desde una de sus mezquitas se hicieron los discursos de odio que desembocaron en el atentado que se cobró 16 vidas.

Pedro Sánchez lo ha catalogado de «progresista» para justificar su vergonzosa alianza, pero lo cierto es que más allá del raca-raca del separatismo, Carles es un entusiasta de la política implacable contra la inmigración, porque no comparten su ADN puramente catalán. Conviene saber que, cuando nadie le oye, un delincuente de libro como él exige la aplicación del Código Penal contra los autores reincidentes de robos leves, sobre todo sin son extranjeros. Es decir, para que lo entendamos: el Código Penal español es un buen instrumento contra el raterillo senegalés, pero hay que convertirlo en envoltorio para bocadillos cuando le persigue a él, golpista y malversador.

En Ripoll, enclave fundamental en el atentado de 2017, una sujeta llamada Silvia Orriols dobló en votos a Junts, que gobernaba desde 2011 (primero como CiU). Así que el mejor extorsionador de Pedro Sánchez le ha visto las orejas al lobo y teme por si le comen la tostada otros fascistas de su ralea, pero más resolutivos y con menos ataduras que el huido a Bélgica. De hecho, la alcaldesa de Aliança Catalana le puede aguar la fiesta el 12 de mayo próximo. La tal Silvia Orriols suelta por su boca que «España utiliza la inmigración para colonizar y acabar con la nación catalana». Es decir, una Comunidad que tiene a un 85 % de población nacida fuera de Cataluña, y cuyo florecimiento industrial y económico se debe al trabajo de españoles no nacidos allí, quiere gestionar la política inmigratoria, que le terminará cediendo Sánchez, para mantener la pureza de sangre catalana. Nazismo, se llama eso.

Atención a lo que aconteció en Sant Cugat del Vallès, en Barcelona, hace unos meses. Un hombre de Puchi, Jordi Puigneró, organizó una encuesta para que los vecinos de ese municipio denigraran a los inmigrantes (españoles incluidos, según su retórica) «por tensionar los servicios públicos y poner en riesgo las tradiciones y la lengua catalanas». Todos les sobran porque fastidian la inmersión lingüística. Este Ayuntamiento es el único que le queda a Junts, y es el auténtico laboratorio de ideas del racismo más salvaje que alienta el socio de Sánchez, el mismo presidente que nos vende mucha integración, mucha solidaridad y patatín, patatán. Todo muy progresista.