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HorizonteRamón Pérez-Maura

Talibanes en la sierra de Madrid

Si esto no es usar a los muertos en campaña electoral, que venga Dios y lo vea. ¿Tiene derecho Sánchez a usar políticamente los retos mortales de muchos españoles que murieron en un bando al que él quiere borrar de la faz de la tierra?

Hemos explicado en estas páginas que ante las convocatorias electorales que tenemos por delante, tres en siete semanas, el Gobierno ha decidido recuperar el francomodín: lo más importante en España hoy es borrar la memoria de cuarenta años de la historia de España. Y como ya han exhumado a Franco, José Antonio y Queipo de Llano, entre otros, ahora han puesto en el objetivo a los monjes benedictinos de la abadía de la Santa Cruz del Valle de los Caídos, antaño llamado Valle de Cuelgamoros. Y hogaño Valle de Cuelgamuros. La corrección política, ya saben. Y para ponerse al frente de la manifestación como cuenta aquí El Debate, Pedro Sánchez se presentó ayer en el Valle a hacerse la foto junto a los forenses que dirigen las exhumaciones. Si esto no es usar a los muertos en campaña electoral, que venga Dios y lo vea. ¿Tiene derecho Sánchez a usar políticamente los restos mortales de muchos españoles que murieron en un bando al que él quiere borrar de la faz de la tierra?

El sectarismo de este Gobierno puede llevarlos a asaltar el lugar sagrado y echar a los monjes como si de una nueva desamortización se tratara. Las circunstancias legales de la abadía, el hecho de que dependa directamente de Roma y no de la Conferencia Episcopal, nunca son vistas como un problema por Félix Bolaños. Y no sería de extrañar que tantas visitas al Papa de miembros del Gobierno español, empezando por la vicepresidente Yolanda Díaz, tuvieran en su agenda la cuestión del Valle.

Bolaños ha tenido un papel muy relevante en la progresiva sustitución en la vida pública de la liturgia católica, culturalmente consustancial con la razón de ser de España, por una liturgia masónica que no se proclama como tal, pero que es perfectamente visible para quienes tienen conocimiento de sus características. La primera gran muestra de esa liturgia masónica se dio el 16 de julio de 2020 en la plaza de la Armería del Palacio Real de Madrid en el funeral por las víctimas de la pandemia. Y desde entonces se ha ido extendiendo sutilmente, paso a paso, normalizando el borrado de nuestra cultura católica. Cómo me acuerdo en días como éste de mi estimado colega Miguel Ángel Bastenier, muchos años subdirector de El País, que se declaraba «católico, apostólico, romano y agnóstico». Y esa irónica declaración de principios conllevaba una gran verdad que el sanchismo y la masonería jamás podrán aceptar: La historia de España es inseparable del catolicismo. La Hispanidad nace como una proyección del catolicismo. Y ahora se trata de derribar todos esos signos de identidad.

Vemos ahora al ministro de Memoria Democrática preparando el reglamento de aplicación de esa ley. Que por cierto tampoco está mal el hecho de que se haya creado un Ministerio para aplicar la ley que le da nombre. Y veremos cómo se aplica ese reglamento. Porque con el fanatismo que se ha demostrado hasta ahora, podemos acabar viendo cómo se derriba la cruz que preside el Valle. Exactamente igual que los talibanes derribaron los budas gigantes de Bamiyán. El fanatismo talibán está ya en la sierra de Madrid.