Tú a Boston y yo a California
¿Nos extraña entonces que se le haya concedido a Zoraya ter Beeke, holandesa de 28 años, la eutanasia por padecer depresión? Diosa Ciencia, ahorradora de todo sufrimiento y concesora de todo tipo de deseos, ruega por nosotros
Hace unos años vi un reportaje que se me quedó grabado en la retina. Se acompañaba a una pareja de hombres homosexuales a ¿recoger? en EE.UU. a la segunda niña que habían ¿encargado? por «gestación subrogada». Repetían madres –una donante de óvulo, otra gestante–, a las que se entrevistaba a lo largo del programa. La última estaba ya en la recta final de embarazo. El encuentro tenía lugar en su hogar, rodeada de su marido y cuatro niños «propios». Insisto en este último adjetivo porque era el mensaje que ella trataba de transmitir: sus hijos eran los que podíamos ver correteando por la casa. El bebé que llevaba en sus entrañas, y la anterior niña que había gestado para la pareja, nada tenían que ver con ella: no llevaban su carga genética, tampoco la de su marido.
Siguiente madre, la donante de óvulo, una chica joven. La reportera le enseñó una foto de la primera niña, la proveniente de su primera venta/'donación' a la pareja. El parecido entre ambas era más que notable. Le preguntaron lo mismo que a la primera mujer: ¿sentía algún vínculo maternal hacia la criatura? La respuesta era idéntica, pero por el motivo opuesto al de la anterior: no sentía nada en absoluto, ¿cómo iba a ser eso, si no la había gestado? A los futuros padres se les preguntó qué responderían a sus hijas cuando empezaran a preguntar por su madre. «Les diremos que no tienen mamá, pero sí dos papás que las aman con toda su alma». Con todo el desparpajo y seguridad negaban la evidencia. Al menos las no-madres no podían obviar el hecho biológico de que hacía falta una mujer de por medio (aunque descansaban la responsabilidad y el protagonismo de lo mollar maternal una en la otra).
Dos de las influencers españolas más famosas –Dulceida (Aída Domenech) y su pareja, Alba Paul– han decidido darle la vuelta a la tortilla al asunto. Si las estadounidenses no se consideraban madres de sus criaturas, las españolas lo serán las dos en un sentido legal (y emocional, entiendo): Alba ha donado su óvulo a Dulceida, la gestante. Dos madres donde, en otro caso, hay dos no-madres. O ninguna madre. Idéntica situación biológica, relatos opuestos: un punto más para la postmodernidad.
Ante esta capacidad para dislocar la realidad sin pestañear acabo quedándome muda. No hay problema en esto, en redes siempre hay alguien azotando al resto con todo tipo de chorradas: salió el homosexual a protestar porque a las lesbianas les cubriera la seguridad social el tratamiento, no así a los hombres. Pensé entonces que saltaría alguna mujer que hubiera decidido ser madre soltera con 28 años y se hubiera encontrado con que la seguridad social sólo ayuda a lesbianas y a mujeres con problemas demostrados de fertilidad. Pero no. Al señor se le echaron encima varios aludes de mujeres recomendándole que asumiera la parte biológica del asunto: Dulceida al menos habría de pasar por un embarazo, y su pareja había tenido que someterse al doloroso proceso de extracción de óvulos. Todo este sufrimiento se empleó para denunciar la compra-venta de bebés y el mercadeo de cuerpos femeninos.
No está mal. Las mujeres van dándose cuenta de algunas cosas. Pero siguen analizándolo todo en términos de quién sufre, quién se esfuerza, quién hace. También de cuándo toca, y cómo toca tener un bebé. Algo completamente lógico si medimos la vida según estos parámetros. La mujer sufre, la mujer decide. Si el feto va a sufrir –según parámetros maternos–, se elimina. Ser hijo equivale, en este contexto, a ser querido condicionalmente. Amores condicionales e incluso con cláusulas legales que todo lo aseguran cuando las cosas se tuercen (recordemos a famosos que se reparten desde el inicio quién es padre de cada niño gestado, para poder diluir la familia sin pleitos ni complicaciones, a lo «Tú a Boston y yo a California»). Ahora bien, las vidas se tuercen de mil formas, no sólo por falta de amor. ¿Nos extraña entonces que se le haya concedido a Zoraya ter Beeke, holandesa de 28 años, la eutanasia por padecer depresión? Diosa Ciencia, ahorradora de todo sufrimiento y concesora de todo tipo de deseos, ruega por nosotros. Amén.