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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

La final, la mitología vasca y la rendición española

La afición del Athletic desplegaba toda su pancartería en el ritual «euskera»… que en realidad hablan a diario solo el 3,5 % de los bilbaínos

Debido a la situación abisal mi equipo, el Dépor, y a que un buen día los partidos empezaron a parecerme un muermo y una pérdida de tiempo, ya no sigo el fútbol. Pero el sábado me enchufé a ratos a la final de Copa.

Viendo el partido no pude dejar de reparar en la puesta en escena de la afición bilbaína. Si un boliviano viese el partido sin saber mucho de España, pensaría que allí jugaba un equipo extranjero, pues todos sus carteles estaban en el litúrgico «euskera» y sus hinchas portaban casi más ikurriñas que banderas y bufandas de su equipo. En los prolegómenos cubrieron todo su fondo con una pancarta gigantesca, con unas letras enormes donde ponía «Aurrea» y unas frases en vasco. No había una palabra en español. Al indagar he descubierto que se trataba de un homenaje a dos hinchas bilbaínos fallecidos, llamados Jesús «El Chapela» e Iñigo Cabacas.

¿En qué hablaban Jesús e Iñigo, homenajeados en el preceptivo «euskera», cuando se tomaban los potes en Pozas rumbo a San Mamés? Pues todo indica que en el idioma que no existía en la pancarta, el español, pues eso es lo que hablan la inmensa mayoría de los bilbaínos, hasta el extremo de que a día de hoy se escucha más en las calles de la ciudad el inglés que el vasco.

El vascuence se habla tan poco en Bilbao que en 2022 el Ayuntamiento del PNV movilizó al respecto al llamado Soziolinguistika Klustera (nótese la ridícula adaptación para no decir Cluster Sociolingüístico). Los datos de sus estudios resultaban demoledores para el nacionalismo: a pesar del multimillonario derroche en «inmersiones», a pesar de la atosigante presión que obliga a los niños a estudiar en un idioma que luego no emplean en su vida real, en Bilbao solo usaban el vasco como lengua diaria un 3,5 % de los vecinos. Para mayor escarnio, un punto menos que diez años antes.

Valverde, el excelente entrenador del Athletic, es conocido por su apodo en vasco: el Txingurri (hormiga). En realidad nació en Viandar de la Vera (Cáceres), hijo de extremeños que emigraron a Vitoria. Antes de los decisivos penaltis de la final, el Txingurri arengó a los suyos de manera enfática en un apretado corrillo. ¿En qué les hablaba? ¿En el «euskera» de todas las pancartas? Por supuesto que no. Los jugadores «vascos» del equipo del «solo vascos» no le entenderían si les hablase en vasco. Los arengó en el idioma proscrito por el nacionalismo: el español.

El Athletic, que en sus orígenes contó con jugadores extranjeros, tiene a gala que solo admite vascos. Pero la concepción de «vasco» se ha ido ampliando. Sirven también los franceses de «Iparralde» y los navarros, e incluso se ha empezado a aceptar a riojanos. Además, ahora se considera vasco a todo aquel que haya pasado por la cantera local o navarra, aunque haya nacido fuera de la región. Acabarán aceptando como «jugador vasco» a todo aquel que haya probado alguna vez un chuletón (perdón «txuleton»). Si los ojeadores del Athletic descubriesen en Lugo a un potencial Maradona, Euskal Herria se ampliaría hasta las orillas del Miño.

Epítome de toda esta mixtificación nacionalista son las actuales estrellas del Athletic, los hermanos Williams, dos excepcionales jugadores negros, hijos de padres ghaneses. La historia de sus progenitores es dura, como la de tantos inmigrantes que salen de África. Los padres de Iñaki y Nico se llaman María y Félix. Emigraron de Ghana pagándose un pasaje en un camión; luego cruzaron el Sahara, a ratos caminando; y al final lograron saltar la valla de Melilla, con ella embarazada de Iñaki, que nacería en Bilbao. Para lograr quedarse en España, cooperantes católicos les sugirieron que se presentasen como liberianos que huían por motivos políticos. La añagaza coló y viajaron al Norte de España, primero a Bilbao para luego establecerse en Pamplona, donde nació el hermano menor, Nico. Desde 2022, Iñaki ha decidido jugar con la selección de Ghana. Por su parte, Nico lo hace con la española.

La historia de los Williams muestra que el mundo es abierto y mestizo. Deja sin sentido las obsesiones identitarias y excluyentes del nacionalismo. Casi el 30 % de los vascos han nacido fuera de la región y los que hablan en vascuence cotidianamente están estancados en un 16 %. Por mi experiencia, me atrevería a decir que pocas cosas hay más parecidas a un español estándar que un bilbaíno pata negra (y enhorabuena al Athletic por su triunfo).

Desde hace décadas, un deplorable programa de ingeniería social trabaja a tiempo completo para intentar borrar del País Vasco todo lo que suene a España y español. Aquellos que lo intentaron hasta con bombas y tiros en la nuca están a punto de ganar las elecciones. ¿Por qué se ha llegado hasta aquí contra toda lógica? Pues porque ellos trabajan en su nación a tiempo completo, mientras que los defensores de España se han inhibido. Desde 1978, el Estado jamás se ha planteado fomentar allí la idea de España y además ha otorgado competencias que permiten fomentar el extrañamiento hacia ella. Hemos acabado hasta con los partidos de la derecha española empleando la jerga del PNV (lo de «Euskadi» es una invención de los hermanos Arana).

España aguanta porque los lazos históricos, culturales y familiares son potentísimos. Pero política y culturalmente el separatismo nos ha dado un repaso.