La boda
No sabía que, a los comunistas, podemitas, separatistas y herederos del terrorismo les interesaban tanto las bodas
Me emociona, pero no termino de comprender lo mucho que ha interesado a los pesebristas de Sánchez la boda de José Luis Martínez Almeida y Teresa Urquijo. Han roto en cotillas. ¿Quizá la asistencia del Rey Juan Carlos? La abuela de la novia, Teresa de Borbón-Dos Sicilias y Borbón-Parma es prima hermana del Rey. Y su marido, Íñigo Moreno de Arteaga, marqués de Laserna –en Canarias, marqués de Laula– ha sido un ejemplo de lealtad sin quebranto a la Corona, a la del exilio en Portugal de Don Juan De Borbón –en su enterramiento del Panteón de los Reyes del Escorial «Juan III, Conde de Barcelona», y a la de la libertad y la Constitución de Juan Carlos I. Por otra parte, el Rey Juan Carlos puede hacer en España lo que le salga de las gónadas, que queda más fino. Se han cebado con la estatura del novio. El nuevo socialismo-comunismo recela de los bajitos, sobre todo si han aprobado limpiamente unas difíciles oposiciones. Cipolla no lo recoge en su tratado de la estupidez humana, pero lo hago yo. Un hortera de 190 centímetros es mucho más visible y ridículo que un señor normal de 160. Es el caso de Martínez Almeida. Mientras el actual alcalde de Madrid invertía diez horas cada día en estudiar para aprobar sus oposiciones a la Abogacía del Estado, el otro se dedicaba a fallar lanzamientos a la canasta en el equipo del Ramiro de Maeztu. El comunismo, como el nazismo, desprecia a los hombres por su estatura física, no por la intelectual. Lo dijo don Bernardo de Azúa, cuando le fue comunicada la noticia de que su hija se casaba con el falso príncipe de Yevutchenko, que era un tapón. El tal Yevutchenko se apellidaba en realidad Gómez –apellido muy querido por los socialistas, algún marqués empresario, propietarios de compañías aéreas, «mohamedes» desérticos con residencia en París y Pymes y Copymes–, «mi hija se va a casar con un hortera de bolera. Pero no importa. Es muy bajito y no se le nota. Lo malo es ser un hortera de bolera con una estatura destacada». Santiago Amón, mi viejo profesor de todo, decía que no hay peor desgracia en España que ser alto y tener mala pinta. Bueno, aquí lo dejo que me estoy ocupando de nimiedades.
Lo que no es nimio es la afición de las izquierdas subvencionadas a las bodas con invitados que hayan aprendido desde la niñez a distinguir la diferencia que existe entre un cuchillo para la carne y un cuchillo para el pescado. Que fueron enseñados para incorporarse para saludar a una persona mayor cuando entra en el salón. Que siempre cede el paso a las mujeres. Que se mantiene en silencio al paso del ataúd en un entierro y no aplaude como la Choni de Hacienda. Que no canta en las tajadas tonadas regionales. Que no se ajustan a las modas, y se visten –los hombres–, como siempre, llevando trajes que vistieron sus padres y sus abuelos. Parecen bobadas lo que escribo, pero son muestras y signos de cultura y buen gusto.
Me molesta, eso sí, que las señoras se vistan «de boda». Pero parece que la costumbre no es vulnerable.
Las redes sociales han dado muestra de sus rencores y envidias seculares. Se ceban en lo físico, en la edad, en la naturalidad y las buenas costumbres. A mí, personalmente, el alcalde de Madrid no termina de convencerme, porque de cuando en cuando cae en incoherencias acomplejadas. Pero merece todo mi respeto. Y ella, aún más, con la que me ligan lejanos parentescos, y lo escribo en plural, porque son muchos y arremolinados. No me interesan las bodas, y apenas he visto unas pocas fotografías. Y exceptuando a Simeone, todos los invitados se me han antojado normales y discretos. Ayuso estaba muy guapa, y eso ha fastidiado bastante. Y la presencia de los Reyes Juan Carlos y Sofía, ha caído muy mal a los chismosos habitantes de las cloacas del resentimiento.
No sabía que, a los comunistas, podemitas, separatistas y herederos del terrorismo les interesaban tanto las bodas. Me ha parecido sorprendente, y hasta cierto punto, positivo. Que Echenique escriba una estupidez de una boda que ni le va ni le viene, dice mucho. Que hay envidia y un deje de admiración. Y que es un cotilla. Terminarán editando un ¡Hola! de izquierdas, con la cabecera opuesta. «¡Adiós!».