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Perro come perroAntonio R. Naranjo

Las preguntas que deben responder Sánchez y Begoña

La deriva autoritaria de Sánchez es un disfraz para no contestar preguntas que ya le persiguen.

Pedro Sánchez se va a marchar ahora a Noruega, Eslovenia, Irlanda, Bélgica y si le tientan un poco a Tombuctú a defender la creación del Estado palestino, una tarea que probablemente se le dé mejor que mantener el Estado español.

Remata así una semana de desprecios impropios de un presidente cuya primera tarea es el respeto de las instituciones de su país y la observancia, tutela y aplicación de las normas que lo civilizan.

En tan poco tiempo ha denigrado al Senado, señalado como una extensión de Génova para esconderse en realidad del insurgente Aragonés; también al Tribunal Supremo, que aspira a juzgar por terrorismo al mismo sujeto al que Sánchez intenta amnistiar; a la mayoría del Consejo Fiscal, rebelde ante el Tezanos que lo encabeza para evitarle a su patrón incómodos informes sobre sus fechorías.

Y finalmente a la opinión pública, por dos métodos miméticos a los de Maduro: castigando a los medios de comunicación críticos con el veto a sus preguntas y su expulsión del Falcon en viajes oficiales y, sobre todo, negándose a explicar a la ciudadanía algo que evite pensar que su mujer se ha lucrado gracias a decisiones adoptadas por él.

El autoritarismo no es solo un rictus, practicado por Sánchez incluso cuando unos humildes albañiles lo abuchean por plantarse en Sevilla a presumir de promotor de viviendas sociales. Es también un comportamiento medible por los hechos, las decisiones y los discursos de quienes ostentan responsabilidades públicas.

Y el currículum de Sánchez es simplemente abrumador: se ha saltado todos los controles de calidad constitucional previstos por la ley para legalizar un atraco derivado de un chantaje; ha transformado a la oposición y a sus votantes en unos enemigos deshumanizados y ha situado a un peón en cada rincón del Estado para simular la vigencia de un sistema democrático en declive.

Todo ello se resume en su infame actitud y la de su esposa, más propia de Ferdinand Marcos sometiendo a Filipinas, con Imelda coleccionando zapatos amontonados en el vestidor. En una democracia occidental, no se responde ni con silencio ni con indignación ni con venganza al cúmulo de indicios, sospechas y pruebas que rodean a la pareja.

Porque es una certeza que le crearon una cátedra de cartón piedra volcada en la captación de fondos públicos y privados, con excusas rimbombantes conectadas con la Agenda 2030. Lo es también que, en ese chiringuito, figuran empresarios beneficiados de adjudicaciones del Gobierno recomendadas por ella misma. Y lo es, por último, que desde esa atalaya paraoficial mantuvo tratos comerciales con empresas y directivos auxiliados luego por su marido.

No hace falta que un comportamiento sea ilegal para que sea repudiable, y el de la esposa de Sánchez lo es, al desarrollar una actividad privada íntimamente relacionada con las competencias y decisiones de su consorte.

No es con opacidad como se responde a este entuerto, que quizá no tenga respuesta y de ahí el pavoroso silencio, sino con detalles precisos: cuáles son las rentas, los bienes y las participaciones accionariales de Begoña si las tuviere y quiénes han sido sus pagadores, a título personal, empresarial o académico, en estos años de Presidencia de su esposo, fértiles como ninguno en la concesión de Fondos Europeos, entre quejas por cierto de Bruselas por su dudosa gestión y su destino desconocido.

Quien calla otorga, presidente.