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Cosas que pasanAlfonso Ussía

«¿Para qué quieren tanto dinero?». No es cuestión de querer o no querer tanto dinero. Ese dinero les corresponde y es limpio

El señoro de Gómez hizo el ridículo en Sevilla. Acudió a inaugurar una nueva estación de Metro. El público, a un kilómetro, para suavizar los abucheos. Rodeado de asesores y pelotas, el señoro de Gómez nos dio una lección de «cambio climático sostenible». «Usar el Metro ayuda contra el cambio climático». De la lejanía, mitigados por la distancia, llegaban los pitos, los abucheos y las descalificaciones. Se trataba de un grupo de obreros de la construcción, de albañiles. Le dijeron de todo, y el señoro de Gómez sonreía. «Escuchad con atención que tengo que deciros cosas muy importantes». Y los asesores aplaudieron la chorrada.

El cambio climático. Para llegar a Sevilla, Sánchez embarcó en un helicóptero Puma con el fin de superar la distancia que separa el complejo monclovino del aeropuerto de Torrejón. Veinte kilómetros, más o menos. Lo hizo a pecho descubierto, sin comitiva de escoltas. Las motos y los coches todavía no vuelan. Gran detalle de valentía y coraje. En Torrejón, el Climático se acomodó en uno de sus Falcon preferidos. Y el Falcon voló hasta Sevilla. También sin acompañamiento de seguridad. En el aeropuerto de San Pablo, le aguardaban un centenar de escoltas. Y menos autoridades que de costumbre. Se acerca la Feria, y los sevillanos, en estos días previos a la gran semana ferial y feriante, se ocupan de ultimar los detalles de sus casetas. Arenal de Sevilla y olé, Torre del Oro. Sánchez desembarcó con gesto de cansancio. Un vuelo de 45 minutos resulta siempre agotador. Todo sea por la lucha contra el cambio climático en el Puma y el Falcon. En Sevilla le perdí la pista, porque tampoco merecía excesivamente la pena. Asistieron al acto sesenta asesores, doscientos miembros de su servicio de seguridad, y a un kilómetro del micrófono que le instalaron para decir cosas importantes, un grupo de obreros de la construcción que no descansó de abuchearlo hasta que terminó su improvisada charla. Me entristeció su aspecto. Le han nacido y crecido numerosas canas en el patillamen. Su sonrisa es más forzada que nunca. Consecuencias del sufrimiento que le ha causado su esposa como conseguidora de fondos. Se lo advirtió antes de la boda. «Begoña, jamás te dediques a conseguir fondos, porque me puedes perjudicar». Gran sabiduría la de Mi Persona el Señoro.

Para mitigar mi desconsuelo, encendí la televisión y estaba hablando Ione Belarra, creo que en el Congreso. Me distrae esta chica. Tiene las ideas claras y las expone con una simpatía y un gracejo arrolladores. Pero en ese momento, cuando hablaba, estaba malhumorada, que un mal día lo tiene cualquiera. Se refería a los grandes accionistas de las empresas más importantes, a sus sueldos y dividendos. Ione, que es un encanto de mujer, sabe de empresas más o menos lo mismo que yo, es decir, nada de nada. «Los dividendos es dinero que va al bolsillo de los grandes accionistas!». Entiendo su desazón, pero es lo lógico. Si Juan Roig es el mayor accionista de Mercadona, lo lógico y normal es que sus dividendos sean mayores que los míos y los de Ione, que no hemos arriesgado nuestro dinero –de existir ese dinero–, en tan buen negocio. Pero Ione, que de eso no entiende nada, se preguntó en la tribuna: «¿Para qué quieren tanto dinero?». No es cuestión de querer o no querer tanto dinero. Ese dinero les corresponde y es limpio. De ese dinero que tanto hiere la sensibilidad de Ione –es muy sensible, como su mirada–, los empresarios pagan muy altos porcentajes en impuestos. Y de esos impuestos viven los políticos de Bildu, Podemos, Sumar y demás partidos con dimensión internacional. Pero lo más destacable de su memorable intervención fue la última pregunta. La única de sus preguntas que yo me permití responder desde mi ignorancia.

«¿Quieren ese dinero para comprarse un yate con helipuerto como Amancio Ortega?»

Y del fondo del alma me brotó la respuesta:

¡¡¡Sí!!!