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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Aquel sobeo...

Se soba a quien se quiere, no a quien se odia. Se soba a quien lo acepta con gusto, no a quien las pasa canutas participando en un espectáculo en el que no desea participar

No se me ha borrado la imagen. En uno de esos desayunos que se organizan en Madrid, que son puro postureo y al que acuden gentes y gentuzas muy poderosas, sentaron juntos al presidente de los empresarios, el vasco Garamendi, y a la indocumentada de Fene, Yolanda Díaz. Garamendi, como buen vasco, es tímido y discreto en sus manifestaciones públicas. Yolanda Díaz es la Sobona Mayor del Reino, con mayúsculas, por constituir un título vitalicio. A Yolanda Díaz le sientan a su lado a un erizo, y soba al erizo. Y lo malo para el erizo es que, al término del sobeo, el que termina dolorido es el pobre animalito.

Garamendi desayunó mientras era toqueteado, palpado, hurgado, acariciado, magreado y frotado por un pulpo escapado de las peceras de Pescaderías Coruñesas. Y Garamendi soportó con gran dignidad la invasión táctil de su cuerpo. Yolanda Díaz, además de hueca y resentida, es lo más parecido a un octópodo, a un molusco cefalópodo dibranquial, que lo mismo soba a Sánchez, que a Feijóo, a Pam, al padre Ángel y al cocinero José Andrés, ese hombre tan bueno dedicado a la caridad publicitaria. Tocar a otra persona, cuando se aborrece lo que representa esa persona, está muy feo. Ya lo dijo Don Mendo cuando comprobó que su amada Magdalena Manso del Jarama procedió ante su mirada a sobar al duque de Toro, Don Pero. «Pero aquel ¡Pero mío!, aquel sobeo/ delante de mi faz, estuvo feo».

La octópoda, que afirma que los madrileños y los que viven en Madrid son «gente muy rara», puso a prueba a Garamendi, y a fuer de sincero, debo reconocer que Garamendi respondió con elegante dignidad al presumible delito de acoso sexual de la intelectual gallega. Eso sí, le perjudicó durante el desayuno. Cada vez que Garamendi intentaba mojar su «croissant» –mojar en el café o el chocolate churros, porras y bollos es costumbre española de muy elevadas maravillas–, la octópoda se lo impedía sujetando el brazo derecho al presidente de los empresarios, mientras le sonreía y se secaba la nariz en la solapa de la chaqueta de Garamendi.

En el periodismo actual, los grandes detalles no son analizados por los enviados especiales a los desayunos pomposos. Los profesionales de la información se dedican a desayunar, lo cual impide el seguimiento de los gestos y actitudes de los desayunadores importantes. La dignidad se extrema en el invitado a desayunar que no desayuna. Acudir a un baile y bailar es motivo suficiente para ser expulsado violentamente del local y del club al que pertenece el movedor de caderas. Lo analiza y explica a la perfección don Francisco Silvela en su Filocalia, primer tratado de la cursilería escrito en colaboración con don Santiago Liniers en 1868 (Imprenta de Tomás Fortanet, Madrid). No hay capítulo dedicado a las ministras octópodas, porque en aquellos tiempos esas manifestaciones no se exhibían en público. Y los ministros, todos ellos, tenían barba.

El problema, más que el sobeo, es la traición al sobado. La eximia analfabeta no es coherente en sus magreos. Se soba a quien se quiere, no a quien se odia. Se soba a quien lo acepta con gusto, no a quien las pasa canutas participando en un espectáculo en el que no desea participar. Ahora, el corcho que tapona el cerebro de la melosa ha saltado por los aires y la sobona ha puesto a parir a la víctima sobada. Ha dicho que Garamendi es el presidente de unos empresarios intolerables y que le recuerda a Milei.

También se equivoca.

Garamendi es discreto, tímido y en muchas ocasiones, bastante resbaladizo. Últimamente se le advierte más firme, harto de las chorradas sindicalistas de la octópoda.

Pero no se parece a Milei.

¡Ojalá se pareciera!