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Perro come perroAntonio R. Naranjo

Broncano

Lo peor no es el dispendio económico, sino comprobar hasta dónde está dispuesto a llegar Sánchez para cargarse a cualquier Pablo Motos

David Broncano es gracioso y Andreu Buenafuente, productor de su programa, también. A todos les pasa como a Wyoming, que se ríen siempre con el pie izquierdo y tienen serias dificultades para sacarle humor a la inmensa comicidad de un Gobierno chistoso.

Porque tras la mezcla de corrupción, mentiras, sectarismo, ignorancia e inmoralidad que impulsa a Sánchez, hay una hilaridad que por alguna extraña razón no perciben, como si su radar fuera incapaz de detectar la invitación al gag, la entrevista burra y el monólogo despiadado que les conceden Koldo, Begoña, Armengol, Illa, Yolanda y toda la colección de lumbreras y lumbreros que ilumina el camino a la perdición de España.

Se quedan atrapados en el tiempo de Bárcenas, o viajan al pasado para luchar contra Hernán Cortés o Cristóbal Colón, o se paran en la Inquisición, los bebés robados, Viriato, Don Pelayo, Urdangarín o cualquiera de los hitos de la izquierda mediática, tan nostálgica de Franco como amnésica con ETA, tan sensible con la Gürtel y tan sorda con los ERE, tan estimulada con los hermanos y tan muda con las esposas.

Y tan dispuesta siempre a considerar que un posible fraude del novio de Ayuso, a quien debería por cierto mandar a paseo por notas, es infinitamente más grave que toda una trama de corrupción sistémica y pandémica en el PSOE.

Anda que no dan para reírse el portero de prostíbulo reciclado en custodio de los avales de Sánchez; la esposa aburrida que en lugar de hacer yoga se convierte en gestora de fondos concedidos por su churri; el exministro chuleta que conducía el Peugeot destartalado del hoy adicto al Falcon o el muestrario de ministros y de ministras que hablan como una candidata a Miss Universo y gestionan luego como Rompetechos.

Pero nada: es más tentador hablar de un cura pedófilo de los años 60 y ayudarle al patrón a prevenir la resurrección del Caudillo, que en breve será el primer problema para los españoles encuestados por Tezanos, otro que da para coplas y chistes dilapidados por la magia desmemoriada del humor progresista.

Pero al menos tienen ingenio y, puestos a sentirnos insultados, que sea por tipos con algo de chispa: lo peor del desprecio siempre es la vulgaridad, y nada les desarma más que tomarnos a coña sus coñas.

Otra cosa distinta es que Broncano llegue a la «televisión de todos» con un gasto que, según la contabilidad sanchista o yolandista, daría para conceder 6.000 becas a víctimas del sistema cayetano, abrir cuatro o cinco ambulatorios en la España despoblada, alimentar durante dos años a familias empobrecidas por el capitalismo salvaje o, ya puestos a financiar sus legendarias prioridades, salvar del cambio climático a especies animales o florales elegidas por Greta Thunberg o potenciar tres deportes femeninos seleccionados por Jenny Hermoso entre campanada y campanada.

Y otra más que el bárbaro coste de Broncano, que tiene de servicio público lo que servidor de jugadora brasileña de vóley playa, se asuma con la innoble tarea de hacerle la oposición a Pablo Motos por triunfar con su espectáculo y sus ocasionales mandobles a Sánchez.

Comprarse siete votos de diputados para ser presidente, a cambio de una amnistía y lo que te rondaré morena, es corrupción. Y utilizar el dinero procedente de la confiscación fiscal en intentar silenciar a comunicadores incómodos, también.

Y que a todo ello lo llamen La Resistencia es una broma de mal gusto: eso de llevar toda la vida rodeados de caviar, en palacios suntuosos, con sueldos de futbolista, más premios que el dueño de un bingo y hablar como si fueran un maquis escondido en el monte, pues no.

Sánchez, Broncano, Almodóvar, Wyoming o Bardem tendrán su talento, claro, pero pueden desarrollarlo porque siempre han sido, desde que nació la España democrática del 78, la élite privilegiada de un Régimen que no tiene para los enfermos de ELA o los guardias civiles de Barbate, pero que no escatima en gastos y atenciones para ellos. Y no parece que ello vaya a desaparecer ni siquiera en el caso de que, al final, prospere la ley contra la explotación sexual.