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Cosas que pasanAlfonso Ussía

El intruso

Muy cercanos, y sin padecer su bronce mazacote pintadas ni quebrantos, se alzan los monumentos a Indalecio Prieto y Francisco Largo Caballero, el segundo de ellos, un probado forajido socialista

Madrid es una ciudad tan tolerante y abierta, que siendo la capital de un Reino cristiano, ha mantenido un monumento –también respetado por el franquismo– al Diablo, el monumento al Ángel Caído. Creo que se trata del único conjunto escultórico en una capital europea al Demonio. No se le concede importancia y nadie repara en su significado por su intrascendencia política. Por otra parte, es un monumento de alta calidad artística.

El Ángel Caído no es el intruso monumental en Madrid. En el Paseo de la Castellana, se levanta un gran edificio de corte estalinista. Se proyectó y principió durante la Segunda República, y en el Régimen de Franco se ultimó y ocupó de acuerdo a las funciones originales del proyecto. Los Nuevos Ministerios. Su estructura y su inmensidad no desentonarían en Moscú. En el lateral que linda con la plaza de San Juan de la Cruz y la calle de Ríos Rosas, se levantaba una escultura ecuestre del Generalísimo Franco, que fue derribada con nocturnidad y alevosía. No creo en la utilidad de derribar monumentos, cuyos significados responden a períodos de la Historia de España. Pero de derribarlos, como ordena la Ley de los Resentimientos Históricos, se hace con todos los que recuerden aquellos tiempos de las dos Españas enfrentadas. Cuando se retiró el monumento a Franco en los Nuevos Ministerios, Felipe González fue claro y conciso. «Descabalgar a Franco en bronce no tiene ningún mérito. Nadie se atrevió a intentarlo cuando vivía».

Muy cercanos, y sin padecer su bronce mazacote pintadas ni quebrantos, se alzan los monumentos a Indalecio Prieto y Francisco Largo Caballero, el segundo de ellos, un probado forajido socialista. La de Prieto es otra historia que acepta el debate. La de Largo Caballero es la síntesis del odio y de la sangre de inocentes derramada a su capricho, silencio, y orden. Meses atrás, el esposo de Begoña Gómez –Ay, Feijóo, qué cobardiño es usted– anunció un siniestro propósito, que cito textualmente: «Largo Caballero actuó como queremos actuar hoy nosotros».

En 1933, Largo Caballero, el que actuó como pretende actuar el esposo de Begoña Gómez –Gamarra, Pons, Bendodo, Semper… ¿cuándo se van a sus casas?– anunció sus planes: «Si no nos permiten conquistar el poder con arreglo a la Constitución –y se refería a la Constitución Republicana– tendremos que conquistarlo de otra manera». Buen ejemplo para el esposo de Begoña Gómez. En 1934, el delincuente inmortalizado en un monumento en el Paseo de la Castellana se mostró con elevada sinceridad: «No creemos en la democracia como valor absoluto. Y tampoco creemos en la libertad». Lo demostró con creces.

Y en febrero de 1936, Largo Caballero se regodea en advertencias que, en otro caso, se interpretarían como sangrientas y violentas amenazas. «Si los socialistas son derrotados en las urnas, irán a la violencia, pues ante el fascismo, preferimos la anarquía y el caos». Aquí se destaca la gran mentira socialista. Todo aquel que no lo sea, es un fascista. Y hoy siguen con la murga.

Escribo de estas cosas tan desagradables para recordarle al alcalde de Madrid que al retornar a la capital casado y descansado, tenga a bien recordar que en el Paseo de la Castellana se mantiene en monumento a uno de los mayores maleantes y causantes de la Guerra Civil.

Ese monumento es una estática provocación del intrusismo.

Hay que retirarlo o reponer a todos los derribados.

Y no es necesario ser un héroe para llevarlo a cabo.