Donde no hay mata, no hay patata
Es imposible que las opciones pro España obtengan mejores resultados en el País Vasco con la flojera de ánimo y dedicación con que compiten
No es que estimemos al vidrioso François Mitterrand, el que fuera altivo presidente galo en los ochenta del siglo pasado, más bien todo lo contrario. Pero acertó cuando en su etapa crepuscular dejó una conocida frase lapidaria: «El nacionalismo es la guerra».
El nacionalismo, y más cuando se lleva a su extremo fanático, considera por motivos sentimentales que un pueblo es superior a otros, y pensar así es garantía segura de odio y conflicto. Pero a los nacionalistas hay que reconocerles algo: son laboriosos y consecuentes en lo suyo. Se aplican de sol a sol en su idea, pues la viven como una religión. El único objetivo de sus existencias es forjar su nación, y a eso dedican todos sus sueños y esfuerzos.
En las Provincias Vascongadas, conocidas ahora por el neologismo araniano de «Euskadi», se ha hecho un esfuerzo titánico para construir en solo un siglo una nación donde nunca hubo tal, inventando para ello un nombre, una bandera y toda una mística (que la historia no sostiene). Ese proyecto implacable fue defendido incluso por la vía del terrorismo durante seis décadas, un acoso violento que cambió para siempre la región, pues los no nacionalistas quedaron en inferioridad de condiciones, como delata el exilio de miles y el propio hecho de que para no hablar de españolismo se acogieron al eufemismo un tanto acomplejado de «constitucionalistas».
Mientras el nacionalismo vasco trabajaba sin un minuto de descanso en su obsesión, ¿qué había enfrente? ¿Qué hacían los partidos españoles y los Gobiernos de España para defender a la nación en el País Vasco? Durante muchas décadas hubieron de conformarse simplemente con intentar existir allí políticamente. Lo más básico, el propio hecho de presentarte a las elecciones, suponía ya una proeza, porque suponía literalmente jugarse la vida.
Cuando ETA deja de asesinar, que en realidad es anteayer, y desaparece la amenaza violenta -aunque no el acoso social- los partidos españoles pudieron intentar dar un salto adelante, presentar a los vascos una alternativa cultural, política y fraternal contra el rodillo nacionalista. Pero no se hizo así. Todo lo contrario. Continuó el traspaso de competencias al País Vasco, se adoptó la jerga del consenso nacionalista y se procedió al repliegue del Estado. Es decir, se hizo exactamente lo contrario de lo que había que hacer, con Rajoy abanicándose y desperdiciando su mayoría absoluta y con el PSOE perdiendo su razón de ser y convirtiéndose ya en un partido filonacionalista.
Estas elecciones vascas han mostrado la abulia de los partidos españoles a la hora de dar la batalla en serio en el País Vasco. Candidatos flojos y poco conocidos, un apoyo desde Madrid más de cumplir el expediente que de entusiasmo y una carencia absoluta de una alternativa ilusionante que se atreviese a confrontar los mantras nacionalistas. Y como advertía el viejo dicho labriego, «donde no hay mata, no hay patata». Con semejantes mimbres, el «constitucionalismo» no tenía nada que rascar. Y así ha sido.
Todos se darán este lunes por ganadores. El PSOE, porque subió dos escaños, casi una proeza en plena la losa sanchista. El PP se refugiará en que subió uno y Vox, en que conservó el suyo. La realidad sin paños calientes es que el resultado de ayer es una calamidad para España. Hay un dato que lo refleja como pocos. En los comicios vascos de hace 30 años, PNV y Batasuna sumaron 33 escaños. Este domingo PNV y Bildu sumaron 54. Obtienen 21 más, mientras los partidos pro España (si es que todavía consideramos como tales al PSOE y Sumar) se quedaron en solo 22. Una goleada.
A ese descalabro se le une la afrenta de que Bildu, el partido que encarna la continuidad directa de la brutal ETA, ha empatado en cabeza con el PNV, ambos con 27 escaños. Se refleja así la empanada moral de los votantes vascos, que han olvidado en tiempo récord una espantosa historia de violencia, coacciones y chantajes. El doctor Sánchez ya tiene ahí al monstruo que ha cebado para mantenerse en la Moncloa. Bildu ha estado a punto de ganar. Y sin nada cambia, lo hará en cuatro años.
Ahora el siempre farisaico PNV, el gran partido «aprovechategui», seguirá gobernando el País Vasco con el apoyo del PSOE y todos fingirán que la cosa sigue más o menos igual, que aquí no ha pasado nada. No seamos ciegos: los resultados de ayer son catastróficos para España. ¿Quién va a defendernos si un día no lejano Bildu y el PNV se ponen de acuerdo para lanzar el envite mayor, el de la independencia a la brava? Sánchez, con sus cesiones ante Junqueras y Puigdemont, ha dejado al estado legalmente desguarecido para cuando llegue el próximo arreón separatista. Y llegará, por una razón bien sencilla: no supimos dar la batalla cuando el enemigo avanzaba incansable y ahora empiezan a desbordarnos.
Pobre España. No tiene quien la defienda.