El totalitarismo vasco
La desaparición del terror no cambia la naturaleza del proyecto. Bildu no es la izquierda socialista vasca. El apoyo electoral que tiene es una ignominia.
Es natural que un terrorista no condene el terrorismo. Puede sí arrepentirse, dejar de serlo y entonces condenarlo. Pero eso se nota en que proclama su arrepentimiento, pide perdón, lo combate y trata de mitigar en lo posible las consecuencias de sus crímenes. Si hay dudas es que no ha cambiado en lo esencial.
La pregunta acerca de la existencia actual de la ETA es la consecuencia de un enredo de carácter mental, casi metafísico. La respuesta negativa suele ir acompañada de tres aseveraciones: no existen las siglas, han dejado de asesinar y fue derrotada por los «demócratas», concepto por cierto impregnado de notable vaguedad.
Lo primero importa poco. Solo un nominalista radical pensará que cuando cambia el nombre cambia la cosa. Lo segundo es cierto, aunque quepa preguntarse por qué y pese a que no hayan renunciado a otras formas de violencia y coacción política. Lo tercero creo que es falso, aunque la lucha contra el terror produjera efectos decisivos. La ETA es un proyecto político que sigue vivo y fuerte. No veo a Otegui derrotado o moribundo.
Los dirigentes de la ETA han dicho siempre la verdad acerca de sus objetivos, que son básicamente dos: la independencia del País Vasco (incluyendo a Navarra) y la creación de un Estado comunista, es decir, totalitario. Todo sigue igual. La desaparición del terror no cambia la naturaleza totalitaria del proyecto. Bildu es el totalitarismo vasco. No es la izquierda socialista vasca. El apoyo electoral que tiene es una ignominia. Ha habido demasiados errores. Tampoco cabe olvidar que el totalitarismo nazi ganó las elecciones. Hay precedentes. Por tanto, la analogía con el nazismo, a pesar de las diferencias, dista de ser forzada. Lo puso de relieve José Varela Ortega en su libro Contra la violencia. Y el PNV (y otros partidos) parecen no enterarse. El triunfo del totalitarismo está cada día más cerca. Si el País Vasco obtuviera la independencia, la consecuencia sería la guerra civil o la desaparición del PNV, o ambas cosas. Su destino sería semejante al del Zentrum alemán, que esperaba frenar el ascenso de Hitler. Parece que no lo consiguió. En un proceso revolucionario, el más radical siempre gana. Pasó en Francia y sucedió en Rusia. Por otra parte, no conviene olvidar que el partido de Hitler era nacionalista y socialista; no conservador, ni liberal, ni tradicionalista.
No niego, como queda dicho, la eficacia de la lucha contra ETA, pero no ha sido derrotada. Desde luego, su proyecto no lo ha sido. Siempre rechazó la Transición. Lo malo es que ahora en esto tiene compañía en el palacio de la Moncloa. El Gobierno de Sánchez ha asumido el proyecto de la ETA: destruir la concordia, aislar y deslegitimar a la derecha y abrir el camino a la independencia. ¿Para qué asesinar? Sánchez necesita los votos separatistas y, concretamente, los de Bildu. Pero no es ese el problema. Existe un proceso que se puso en marcha en la etapa de Zapatero, un proceso antidemocrático y de corte totalitario. Nunca más una mayoría absoluta de la derecha. La derecha no puede volver a gobernar. Nunca. Y la mayor parte de la derecha parece no enterarse. Claro que somos gobernados por la ambición y la mentira, pero, también, al servicio de un proyecto antidemocrático. Lo peor que se puede hacer ante una amenaza es ignorarla o minimizarla. Nada bueno puede salir hoy de las urnas. El proceso continuará. El País Vasco, hacia el totalitarismo comunista. El Gobierno, hacia la dictadura travestida de democracia. La mayor parte de la Iglesia vasca ha promovido con su actitud ante el proceso el declive imparable del catolicismo y ha convertido el País Vasco en un páramo laicista. Y el nihilismo moral siempre es fiel aliado del totalitarismo.
Una cosa es la libertad de expresión y otra la acción política para destruir la democracia, la libertad, la Constitución y la unidad de España. Las ideas no delinquen. Los hombres y las organizaciones, sí. Las ideas no se deben ilegalizar. Los partidos totalitarios, sí. Tengan el apoyo electoral que tengan.