El relevo
Las diputaciones forales pasan a ser la fortaleza clave. Ajuria Enea vendrá luego. PNV muere para que Bildu sea PNV
Todo muere para que todo viva. Es una ley universal de la materia. Los individuos nacen, maduran, se pudren y se extinguen. Cualquier tipo de individuo; también esos peculiares individuos compuestos que son los partidos políticos, las instituciones, los Estados, las naciones en el límite.
El PNV ha sido un prodigio de longevidad. Ni siquiera el PRI mexicano logró una identificación tan larga y tan completa entre los muy materiales intereses de una organización política y los muy mitológicos de una ficción nacional inapelablemente infantil. Pero incluso los más longevos dinosaurios mueren. Para dar lugar a saurios jóvenes: menos colosales, pero mejor adaptados. EH-Bildu inicia el relevo de un PNV a punto de ser jubilado por su inmemorial clientela. El espectáculo de esa mutación es fascinante. Sus costes pueden ser altos.
Nadie en España –ni siquiera el PSOE andaluz en los años más herméticos de la era González– logró dotarse de un poder tan impenetrable como el del PNV. Era un poder político, desde luego; pero era, antes aún, una hegemonía simbólica que hacía casi impensable violar los vínculos de sangre entre las mitologías del pueblo vasco y sus sacerdotales mentores; y era, también y sobre todo, un control económico y clientelar implacable, asentado en la potestad única que sobre la recaudación y control de los impuestos tienen las diputaciones forales. Medio siglo casi ya de control monolítico hizo imposible distinguir, en el País Vasco, el aparato del partido y el aparato del Estado, las finanzas públicas y los negocios privados.
Las elecciones de ayer marcan una inflexión crítica. Se inicia la agonía del PNV y se abre el incierto período en el cual su progenie rebelde combatirá a muerte por colonizar en beneficio propio la máquina financiera que erigieron sus mayores. De las mitologías guevaristas que primaron en los años más iluminados de ETA, queda hoy en HB-Bildu poco más que amalgama de retóricas inconcretas y de aún más inconcretas heroicidades patrias. Su atracción ahora, para el electorado más joven, es la de ir transmutándose en un PNV liberado de esas rémoras de anacrónico animal agonizante que los sabinianos arrastran. Su acumulación de voto va, así, desde los clientes avergonzados del caduco lenguaje peneuvista, hasta la masa de nuevos votantes que, del pasado terrorista, no perciben más que una vaga epopeya literaria.
Es una apuesta ganadora. A medio plazo. Tal vez, a corto. Requiere sólo la paciencia de ver amortajar al partido de sus mayores. E ir ocupando, sin prisas ni ruido, todas sus plazas fuertes. Las diputaciones forales –esto es, las instancias de reparto de la Hacienda pública– pasan a ser la fortaleza clave. Ajuria Enea vendrá luego. PNV muere para que Bildu sea PNV.