El sarcasmo final: ¡y sube el PSOE!
Pese a la afrenta de la amnistía, el blanqueamiento de Bildu, la corrupción de las mascarillas y el caso Begoña, el PSOE gana votos. ¿Por qué?
A priori, el PSOE semeja un enfermo muy achacoso. Se ha ganado el rechazo de la mayoría social con su oportunista ley de amnistía, cuyo único y confeso móvil es comprar siete votos para que Sánchez pueda pernoctar en la Moncloa sin ganar. Sufre además el caso de corrupción de las mascarillas, gestado en el seno del ministerio de Ábalos, que era el hombre fuerte de Sánchez. De propina, se acumulan sombras sobre la mujer de presidente. Y por si faltase algo, en la campaña vasca hemos asistido a un ejercicio de cinismo bastante repugnante: los socialistas condenando airados a Bildu como si no lo conociesen de nada, cuando llevan cuatro años asociados políticamente a la marca blanca de ETA.
Pero con toda esa losa, el PSOE sube. Ha ganado dos escaños y pasa en porcentaje de votos del 13,6 % a un 14,2 %. Se argumentará, no sin razón, que las elecciones vascas son peculiares e históricamente buenas para los socialistas. Pero aún así, ¿cómo puede ser que el PSOE suba en una región española, sea cual sea, cuando está hecho un cromo?
¿Por qué ocurre este prodigio? En primer lugar, el relativo éxito de Sánchez en el País Vasco atestigua un cierto fracaso de la oposición. PP y Vox vienen diciendo, y con razón, que el PSOE está sumido en un grave caso de corrupción y que Sánchez supone una amenaza para la propia democracia. Pero es evidente que no han logrado que tan serias acusaciones calen en el grueso del cuerpo electoral. Por lo tanto, la oposición no está haciendo bien su trabajo.
PP y Vox no están logrando armar una alternativa que resulte seductora para una mayoría absoluta de los españoles, y en el País Vasco no han vendido un peine. No acaban de convencer a la mayoría social del peligro que supone Sánchez. Pero además, no ofrecen un discurso ilusionante para superar al de la izquierda, que es el del rencor social, el guerracivilismo y la subvención peronista.
Faltan ideas que enganchen en la oposición y también faltan unos líderes a los que escuchen más los españoles (Feijóo escapa de la batalla ideológica, pues cree que basta con vender centro y gestión y esperar a que Sánchez se pudra de maduro, y Abascal empieza a dar la sensación de que ya no va a dar mucho más de sí, que ha dejado atrás su techo electoral). PP y Vox, que están gobernando juntos con éxito en varias regiones, deberían dejar de fustigarse y armar una alianza sin complejos de cara a las cruciales elecciones catalanas. Sé que es pedir peras al olmo, pues primarán los pruritos del corral de cada uno. Pero, ¿cómo creen que ganaba el astuto Berlusconi en Italia? Pues forjando alianzas electorales puntuales con los otros partidos de la derecha cuando se acercaban los comicios. Una propuesta así desagradará a los muy cafeteros de PP y Vox. Pero mientras sigan a sopapos entre ellos habrá Sánchez para rato.
La segunda razón de la sorprendente subida del PSOE estriba en que Sánchez –y antes Zapatero– han convertido la política en una lucha de hinchadas, al estilo del fútbol. La izquierda española ha dinamitado el principio de realidad. Los hechos ya no cuentan. Solo importa la gran máxima: que no gobierne jamás la derecha. El Muro. Esa manera guerracivilista de entender la política es ruin, pero le garantiza al PSOE un granero mínimo de votos.
En Andalucía están juzgando estos días al exsecretario general de UGT en la región. Lo acusan de un fraude de 41 millones en los cursos de formación. Un caso de corrupción de enorme volumen. Pero el gran público lo ignora. ¿Por qué? Pues porque las televisiones que enloquecen con el novio de Ayuso no lo cuentan. Ni pío.
Y aquí llegamos a la tercera razón por la que el zombi del PSOE sigue caminando: el anómalo modelo televisivo. Nuestras televisiones con más potencia de fuego están al servicio de Sánchez y soslayan las realidades que lo perjudican. Casi me aburre repetirlo, pero ahí va de nuevo por si algún empresario se anima: el panorama político español seguirá siendo anormal y con ventaja para la izquierda mientras no exista una gran televisión de derechas. Y no digo un chiringuito más o menos esforzado. Digo una gran televisión, que pueda convertirse en un altavoz para una visión del mundo alternativa a la del mal llamado «progresismo».
En resumen: oposición unida, aparcando sus diferencias ante la urgencia mayor de echar a Sánchez; batalla de las ideas para superar el marco guerracivilista que ha impuesto el PSOE y una televisión de derechas que contrarreste el cuasi monopolio de la izquierda. Además, también ayudaría buscar buenos candidatos a las elecciones, en lugar de apostar por grises fontaneros del aparato que nadie conoce.
O todo eso, o chavismo –perdón, sanchismo– para años.