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El que cuenta las sílabasGabriel Albiac

Cataluña, segundo asalto

¿Se avendrá el «resiliente» Sánchez a intercambiar esta vez sus cromos con los del delincuente Puigdemont? ¿San Jaime por Moncloa…?

Actualizada 01:30

Todo ha sido óptimo para el bloque PSOE-Bildu-PNV, en unas elecciones vascas cuyo envite era más Moncloa que Ajuria Enea. Nadie debería engañarse en eso.

Antes que ningún otro, el objetivo de Bildu era –sigue siendo– consolidar el gobierno socialista en Madrid. Los de Otegui saben, como sabe cualquiera, que sólo con Pedro Sánchez podrán obtener una vía hacia la amnistía y la autodeterminación similar a la que ha sido ya puesta en marcha en Cataluña. Frente a lo colosal de ese envite, la presidencia vasca puede ser dejada en las manos, que Bildu juzga seniles, del PNV. Tiempo habrá de hacerse con ella por extinción de sus titulares.

El PNV asiste a su ocaso por ley de edad. Sus electores jóvenes se han pasado en masa a las urnas de EH-Bildu. Nadie ignora que ésta va a ser su última presidencia: el momento de ajustar prebendas para la jubilación y de asegurarse una feliz transmisión a sus herederos. Finis gloriae mundi.

El PSOE de Sánchez, que se sabe inane en el País Vasco, posee el privilegio de decidir quién se sienta en la presidencia de Vitoria. Y de encarrilar en Madrid un intercambio ventajoso: los de Otegui lo mantendrán en el palacio de la Moncloa, a cambio de que los protocolos de amnistía y autodeterminación, iniciados en el laboratorio catalán, sean extendidos a las tres provincias vascas y, por supuesto, a Navarra. Es una transacción equitativa. Bildu gana la independencia, Sánchez gana tiempo en su afanosa carrera por llegar hasta el fin de la legislatura.

Todos salen felices de este juego. La operación es, en sí misma, perfecta. Sólo la emergencia de una variable loca puede hacer saltar ese encaje fino. La variable se llama Puigdemont. Y se cifra en una declaración de guerra, lanzada ya desde su confortable exilio: o se me restablece en la presidencia catalana o tumbaré el gobierno de Madrid. Puede parecer sólo una bravuconada. Yo no pienso que lo sea.

Puigdemont es una máquina delirante, cuya única conexión reitera en bucle su mantra: ser el único presidente legítimo de la república catalana. Su gobierno fue usurpado por la violencia de Madrid, primero; luego, los colaboracionistas de Esquerra se avinieron a ejercer –en complicidad con Sánchez– el cargo que a él solo pertenecía. Si ilegítimos fueron, así, la aplicación del 155 y el posterior procesamiento y condena de los golpistas, en idéntica medida habrá de serlo que un títere de Madrid, Carlos Aragonés, suplante al héroe de Waterloo. El Honorable Puigdemont ha de ser repuesto en su dignidad, como primer paso hacia la regularización de relaciones diplomáticas entre la República Catalana y el Reino de España. A los traidores de ERC, ya se ocupara la nueva legalidad nacional de exigirles responsabilidades.

Es muy embarazosa la situación del socialismo catalán ante tal envite. A Puigdemont, es bastante probable que haya acabado por írsele del todo la cabeza. Pero las últimas encuestas le dan un segundo puesto electoral, inmediatamente detrás de Illa. Y aquí no hay el margen de juego que Bildu concedió al señor de la Moncloa. Los socialistas se saben incapaces de sellar ningún pacto que les permita gobernar en Cataluña. Junts y Esquerra exhiben modos más bien fratricidas. ¿Se avendrá el «resiliente» Sánchez a intercambiar esta vez sus cromos con los del delincuente Puigdemont? ¿San Jaime por Moncloa…? La verdad es que sería un espectáculo.

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