El sanchismo y los abusos eclesiales
Lo sucedido es vergonzoso, y la Iglesia es la primera en decirlo, pero Sánchez y su coro están más interesados en dañar al catolicismo que en el problema real
El Via Crucis de 2005 en Roma llega en un momento de conmoción para la Iglesia, pues el formidable y carismático Juan Pablo II agoniza tras una cruda y larga batalla contra la enfermedad, televisada ante el mundo. Con el Papa en su lecho de muerte, asume las meditaciones de Viernes Santo el prefecto para la Doctrina de la Fe, el cardenal Ratzinger, el prestigioso teólogo alemán. Sus duras –sorprendentes– palabras resuenan en todo el planeta: «¡Cuánta suciedad hay en la Iglesia y entre los que por su sacerdocio deberían estar entregados al Cristo Redentor! ¡Cuánta soberbia!».
Ratzinger, que solo un mes después se convertiría en Benedicto XVI, clamaba así contra los abusos sexuales del clero. Luchar contra ellos se convertirá en una seña de su pontificado. En 2008, en un viaje en Estados Unidos, se reunió con víctimas de abusos para conocer de primera mano su sufrimiento. Además, expulsó de la curia a 400 sacerdotes, endureció los castigos, facilitó los trámites para las denuncias y amplió el plazo de prescripción de los delitos. Francisco ha continuado esa obra con la más acertada contundencia.
El propio Juan Pablo II, a quien a veces se ha acusado de hacer la vista gorda, dio un clarísimo aviso el 23 de abril de 2002, también en Estados Unidos: «En el sacerdocio y la vida religiosa no hay lugar para quienes dañan a los jóvenes». El Papa polaco expresó su «profundo dolor» ante los abusos y añadió: «Es inmoral y con razón la sociedad lo considera un crimen. Es también un pecado horrible a los ojos de Dios. A las víctimas y a sus familias, allá donde se encuentren, les expreso mi profundo sentimiento de solidaridad y mi preocupación».
Es cierto que en ocasiones la jerarquía eclesial no estuvo a la altura y que hubo casos de encubrimiento, de intentar lavar la ropa sucia en la caseta. Pero nadie se ha avergonzado más de los abusos y nadie ha dado más pasos contra ellos que la propia Iglesia. No podría ser de otra manera, pues no existe nada más sagrado que los niños, como advirtió Jesucristo con duras palabras: «Ay de quien escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí, más le vale que le cuelguen al cuello una de esas piedras de molino que mueven los asnos y lo hundan en lo profundo del mar» (Mateo 18:6).
La Iglesia y los católicos apoyamos la tolerancia cero, las condenas más ejemplares y la ayuda y reparación a todas las víctimas, aunque el daño hecho a la pureza de los más inocentes puede ser a veces irreparable. Pero lo que muchos no apoyamos es que se aproveche el drama de los abusos como un ariete cuya auténtica meta no es resarcir a las víctimas, sino ir despanzurrando a la Iglesia católica, que es en lo que realmente andan embarcados el Gobierno y la izquierda mediática que lo apoya.
Sánchez, incapaz de aprobar unos presupuestos, se encuentra con las manos cruzadas. Hay que rellenar los Consejos de Ministros. ¿Y qué mejor que recuperar las cortinas de humo predilectas: el viejo Franco y los abusos de la Iglesia? Así que como aperitivo a las elecciones catalanas, Bolaños –previo aviso en el BOE Bis, léase El País– anuncia un plan para indemnizar a todos los españoles afectados por los abusos en el ámbito de la Iglesia, que cifra sin base científica en 440.000. Comenta también que espera que las indemnizaciones las pague la Iglesia y da a entender que en caso contrario las asumirá el Estado.
Esta idea, que puede parecer una noble iniciativa, es en realidad una chapuza antijurídica y una trampa conceptual. De entrada, una pregunta elemental: ¿Y qué pasa con las víctimas de abusos sexuales fuera de la Iglesia? ¿Esos no merecen consideración? ¿No hay indemnización si el abusador es un familiar, lo cual sucede en la inmensa mayoría de los casos (23 %); o un monitor, o un profesor de deporte, o un amigo...? Según los estudios más sólidos, los abusos eclesiales solo suman en España el 0,2 % del total, pero suponen el 100 % de la preocupación del Gobierno y sus medios afines.
El segundo problema de lo que ha hecho Bolaños es típico del sanchismo: fumarse las normas del Derecho. ¿Cómo se establece, si no es a través de la justicia, que alguien ha sido realmente víctima de un abuso? ¿Cómo se fija la indemnización? Pues nada, se creará una «comisión independiente», lo cual debe acogerse con una risa sarcástica, pues sabido es lo que entiende por «independiente» la izquierda española: una colección de acólitos prestos a servir a toda costa a la causa sanchista, que en este caso consiste en hacer el máximo daño posible a la Iglesia y con la mayor amplificación.
¿Y por qué no le gusta la Iglesia católica a este Gobierno y su coro? Pues basta con ojear el último y muy valioso documento pontificio, el «Dignitas Infinita»: la Iglesia es la única organización de eco planetario que enarbola a toda costa la dignidad inalienable del ser humano y se atreve a confrontar la subcultura de la muerte y la deshumanización que propugna el mal llamado «progresismo».
Así que, ya saben: a por ella. Torpe será el que no vea la celada y se crea que Bolaños y Sánchez están realmente muy contritos por las víctimas, que por supuesto merecen la mayor atención y reparación.