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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Carta a la ciudadanía

Dimito con pena. Pero sigo. Y ya está. Soy admirable

Querida ciudadanía:

Sinceramente, no puedo más. Me insultan por la calle, me dedican gestos burlones, y mi mujer, de la que estoy enamorado, a punto estuvo de ser sancionada por aparcar en un espacio reservado a la carga y descarga. Es tan injusto, que mi límite de resistencia civil ha sido superado con creces. La izquierda y la ultraizquierda han convertido nuestro matrimonio en una pareja de quebrantos y pesares. El colmo del odio que padecemos y sentimos tuvo lugar el pasado fin de semana. Mi mujer tenía prisa, y no atendió la petición de un niño al que no conocía que le exigió que le comprara un «chupa-chups». Se trató de una trampa tendida por la ultraizquierda. El niño, que estaba debidamente adiestrado, al constatar que mi mujer no atendía su requerimiento, se puso a llorar. Y ha sido denunciada ante la Justicia. Ayer, recibimos la notificación por la que se le cita a declarar, como investigada, ante Su Señoría. Está siendo investigada de «fundraising» de chuches, y hasta ahí podíamos llegar.

He decidido, por lo tanto, incumplir todos mis compromisos registrados en mi agenda, meditar unos cuantos días, y el próximo miércoles daré a conocer mi decisión a la ciudadanía. Intuyo que voy a dimitir. No lo aseguro, porque el bien de mi familia está por encima del bien de España, pero tengo la intención de irme, si bien, en ocasiones, la intención no es suficiente para dar el paso definitivo. Me dispongo a dimitir de El Debate, que inesperadamente se ha situado a favor de la ultraizquierda. Eso sí; si en El Debate no aceptan mi dimisión, seguiré escribiendo, porque si no escribo en El Debate tendré que ganarme la vida en Marruecos, la República Dominicana, o formando parte del personal de tierra de «Air Europa», sin descartar un puestecillo de bajo prestigio en el «África Center» del Instituto de Empresa, que es de lo que más entiende mi mujer, de la que estoy enamorado, y a quien desea destrozar la ultraizquierda y la ultraderecha. Sucede que en «África Center» no cuento con el suficiente apoyo de su ciudadanía, porque un día me enfadé mucho con sus altos accionistas, que prefirieron contratar a la esposa del presidente del Gobierno y dejar en la calle a mi mujer. Y empresarialmente acertaron, porque también la contratada –no sabemos por cuánto ni de qué forma percibía sus honestos dineros contractuales–, y su marido estaban profundamente enamorados. Y gracias a ese amor, los resultados de su incorporación fueron óptimos, porque hay que reconocer –no me duelen prendas en hacerlo–, que el enamorado de Begoña Gómez tenía muchas más influencias que el enamorado de mi mujer, y contaba con el apoyo de la ultraderecha y la ultraizquierda simultáneamente, porque el dinero no tiene ideología. Pero todo ello me ha llevado al borde del precipicio, y en pocos días de meditación y descanso, decidiré si dimito o no dimito, más bien lo segundo, sin descartar la primera opción, de mis artículos en El Debate.

He llegado a la conclusión de que no merece la pena tanto sufrimiento, ver como el fango de la ultraizquierda salpica y embarra nuestro futuro. A nuestra edad, el «fundrasing» y el «brake even», así como «ok» y el «cash flow» , no son fáciles de entender. En tal caso, mi dimisión será irrevocable, siempre que El Debate me permita hacerlo, porque si bien la dimisión sólo depende de la voluntad individual de dimitir, en casos como el que nos compromete, está sometida a la reacción de la ciudadanía de El Debate, a la que me dirijo para rogarles que no acepten mi dimisión, que protesten en las calles, que acosen al juez, y que todo siga como hasta ahora, que es mi única pretensión.

Mi dimisión sin vuelta de hoja depende de la ciudadanía, y a ella me dirijo para que, de una forma u otra, me hagan ver que la dimisión es un error como la copa de un pino. Pero a ella me someto.

Abandono pues, mi trabajo. Me recluyo en mi casa, trataré de convencer a mi mujer, de la que estoy enamorado, que sea más atenta con los niños que piden chucherías en la calle, y a pesar de la ultraizquierda, seguiré en mi puesto.

Si mi admirado presidente del Gobierno se propone hacer lo mismo aun sabiendo cómo se las gasta su mujer, de la que está profundamente enamorado, ¿por qué no imitarlo?

Dimito con pena. Pero sigo. Y ya está. Soy admirable.