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Aire libreIgnacio Sánchez Cámara

Elegía del gobernante enamorado

El presidente del Gobierno, en funciones reflexivas, sabe muy bien que, como dijo José Antonio Primo de Rivera, a los pueblos no los han movido nunca más que los poetas. La poesía, al poder

No pensaba escribir sobre la epístola del gobernante enamorado por pudor ante la poco púdica exhibición de los sentimientos ajenos, pero, en este caso, afecta al interés nacional, más bien a la supervivencia nacional.

Ignoro si el presidente del Gobierno es capaz de reflexionar. De pensar, en el sentido heideggeriano, estoy seguro de que no. Pero tampoco es cosa de reivindicar en estos tiempos el gobierno de los sabios. Basta con procurar evitar el gobierno de los necios. Pero dada su terquedad en eludir la verdad, parece claro que si proclama que va a dedicar cinco días a reflexionar (nadie reflexionó tanto tiempo sin descanso) podemos conjeturar que está haciendo cualquier cosa menos reflexionar.

Todo sería ridículo y divertido si no fuera letal para España. Y esto es serio. Hablemos, pues, del amor y otras soledades, y necedades. Prescindiré de especulaciones por verosímiles que sean. Lo verosímil no es necesariamente verdad. Esta es una verdad más lógica que poética. Vayamos al contenido de la farsa. Y aquí un político letrado de la izquierda podría añadir una cita de Marx. Pero ¿queda alguno?

Un presidente del Gobierno prudente, del que carecemos, no puede anunciar a los ciudadanos un período de reflexión para dimitir o continuar en el Gobierno. ¿Se imaginan a César, a Napoleón, a Churchill, incluso a Felipe González? A Rodríguez Zapatero, sí, pero a nadie sorprende. Alguien sensato reflexiona a solas y sin preaviso, y comunica su decisión. Otra cosa es una farsa, por supuesto, interesada. Por mucho que se cubra con los nobles y líricos ropajes del amor. Enamorados del mundo, uníos. Sabe Sánchez que, como Dante sentenció, el amor mueve el sol y las demás estrellas. Incluso los bancos azules. Por el bien de España y de su alma, bien podría dedicarse en los próximos meses a leer la Comedia dantesca y a amar.

Si el estadista enamorado hubiera considerado el bien nacional y no el propio interés, no habría hecho algo así, esa eclosión amante y sentimental. Será acaso bueno para él, dado el nivel intelectual y moral de tantos compatriotas, pero no para España. Siga el mandato del corazón y no de la razón de Estado. El corazón nunca falla. Y España lo agradecerá. Muchos conciudadanos aguardan, conteniendo el aliento, la cesárea decisión. Por mi parte, estoy tranquilo por ella, pero no por sus consecuencias.

Los efectos previsibles ya han sido anticipados por el griterío político y mediático. Es cierto, pero no sorprendente, que se han excedido. Estamos en vísperas de un proceso de canonización, laica, pero canonización. Que también hay santos laicos, como bautismo y primeras comuniones. San Valentín espera su moción de censura. La oleada demagógica ya apesta. Y todavía queda la fumata blanca del lunes. Me voy de puente. Al exilio interior. Pero yo sufriría una gran decepción si triunfara la política sobre el amor. Confío en que no. El poder no puede vencer al amor.

Pero el problema no es la honradez de la mujer del césar, sino la del césar mismo. Es la conspiración: la derecha, la extrema derecha (valga la redundancia), los jueces fascistas, los medios de comunicación vendidos (los comprados son otros). La jauría, contra el amor. ¿Quién se va a resistir? Pero se ve que la teoría del amor perseguido no cuenta para Ayuso. Se dice que el amor es ciego. Lo que vale para Sánchez no vale para Ayuso (y no afirmo que se trate de lo mismo).

La política transita del «Julio César» de Shakespeare a «Love Story». ¿Quién puede hablar de decadencia? Esperamos angustiados el desenlace: ¿triunfará el amor o el poder? La solución, mañana, en el callejón del Gato.

Seguro que el estadista enamorado ha leído a Salinas: «Amor, amor, catástrofe/ ¡qué hundimiento del mundo!». ¡Qué hundimiento de España!