¡Agarrarme, que dimito!
Hoy Pedro Sánchez hará lo que a su persona le parezca más oportuno. De eso no tenemos dudas. Pero tampoco de que haga lo que haga, la dimisión amagada o amargada o amansada le ha salido por la culata en términos mediáticos
Cómo pasa el tiempo. Todo llega y hasta se ha acabado el puente reflexivo de Pedro Sánchez y eso que era de cinco días. En unas horas sabremos qué ha decidido hacer por fin. Yo paso de entrar en su juego: no sé si se queda o si se va, pero no voy a hacer apuestas. Voy a ir a lo cierto.
Vino a montar una revolución y le ha caído un revolcón. La movilización a favor de su permanencia ha sido perfectamente descriptible, esto es, mediocre, tirando a ocre. Lo ha calculado mal todo, como ya he dicho otro artículo: la repercusión internacional –que ha dejado a su queridísima esposa asociada a la corrupción a los ojos del orbe–, la guasa nacional –que se ha reído o sonreído con esta historia que ha adquirido espíritu de comedia y carne de memes–, la menguada capacidad de agitación del PSOE, la indiferencia de su socios, etc.
Si uno lee su larguísima carta lastimera, ganas de irse no tenía, sino de echar encima de jueces, medios y oposición política el fervor de sus partidarios. Pero o le han faltado partidarios o a éstos les ha faltado un hervor.
Cabe la posibilidad de que, después del gatillazo de movilización, se tenga que marchar por vergüenza torera. Si se queda, como quería desde el principio, quedará en evidencia, más que en otra cosa. Y hay un sitio en el que uno sí se queda: el ridículo. Habrá hecho como el «broncas» que grita: «¡Agarradme, que lo mato!». Sánchez ha gritado: «Agarradme, que dimito», y no lo ha agarrado nadie y, si no dimite, hará como el «broncas» de marras, que se calma solo.
O una cosa u otra la veremos, ya digo, y no sabemos; pero la cosa estuvo mal planteada desde el inicio. Si se piensa, Sánchez abría ante los españoles una alternativa: o seguir cómo estábamos o seguir sin él. Lógicamente, la segunda propuesta ilusiona muchísimo a los que no le votaron ni le votarían y la primera a los que le votaron. ¿Nadie le recordó que numéricamente son muchos menos los votantes que los botantes? Las papeletas a Sánchez no alcanzaron el 32%. Es un dato muy elemental, pero que sostiene el tono con el que la sociedad española se ha tomado su epístola.
Además de la explicación numérica, hay una cualitativa. Desde los tiempos de la UCD y del felipismo, sabemos que el eslogan ganador y la idea fuerza es «el cambio». Sánchez, sin embargo, ha propuesto a los suyos que se enfervoricen con seguir exactamente igual que hasta ahora, con la de cosas que incluso a un socialista de estricta obediencia le molestan ahora. El atractivo del cambio se ha regalado a los que acarician la idea de que al final dimita. Es dinamita anímica para dinamizar muy duro justo lo contrario de lo que Sánchez quería que deseásemos.
Incluso a sus socios les puede apetecer la idea de echar las patas por alto, por pura querencia revolucionaria. En el show que han convertido la política, da más espectáculo una dimisión de Sánchez que una continuidad de Sánchez. Estos factores psicológicos no los han ponderado en la Moncloa.
Hoy Pedro Sánchez hará lo que a su persona le parezca más oportuno. De eso no tenemos dudas. Pero tampoco de que haga lo que haga, la dimisión amagada o amargada o amansada le ha salido por la culata en términos mediáticos. Que son los términos en los que él pensaba desde el principio.