La patocracia
Pedro odia al PSOE, odia a su propia tribu y destruirá a los suyos antes de marcharse. En ello está, y la ridícula exaltación del pasado sábado fue el estrambote que lo prueba
La política es hoy un refugio seguro para personalidades patológicas con trastornos de conducta que serían suficientes para inhabilitarlos de cualquier ámbito profesional que no fuera el fango, la charca, el terreno embarrado. Cuanto más embarrado es el suelo que pisan, mejor se confunden estos seres simbióticos en la ciénaga en que pululan. Suelen blindar sus emociones, que solo se destapan extemporáneamente cuando un estímulo exterior las aguijonea. Normalmente, esas emociones son exageradas, hiperbólicas. Por eso, Pedro Sánchez acaba de firmar su mejor interpretación hace unas horas. Pero no era la primera vez, aunque sí la más peligrosa. Cómo olvidar cuando en su debate de investidura del pasado mes de noviembre el presidente profirió una carcajada helada, de acero, ante una intervención de Núñez Feijóo, risa que podría ser un gif en el móvil para amenazar a los niños con la llegada del coco cuando no quieren terminarse la cena.
Hace no mucho, volvimos a asistir a un brote similar. Sentado junto a María Jesús Montero, otro personaje histriónico e histérico a partes iguales, amenazó al líder de la oposición con sacar algunos trapos sucios después de que la invención de que la mujer de Feijóo fue contratada por una empresa que recibía ayudas de la Xunta había sido desmentida por la propia empresa concernida y ya sabía que el medio que lo publicó también iba a pedir disculpas por su falta de veracidad. Con una sonrisa maléfica, profundamente inquietante, le inquirió hasta en seis ocasiones al dirigente gallego con un «y más cosas…», «y más cosas…», «y más cosas…», «y más cosas…», «y más cosas…», «y más cosas…» Lo peor no era la amenaza en sí, ni la repetición obsesiva de la advertencia, lo peor eran los ojos vengativos del presidente que, declinando una vez más su obligación de acudir a la fiscalía si conoce alguna ilegalidad de cualquier ciudadano, enchufaba el ventilador para amedrentar al jefe de la oposición con inconsistentes trapos sucios que le están fabricando en algún oscuro despacho, pagado por todos nosotros. La máquina de fabricar y esparcir fango; ahora contra los jueces y los medios que no le bailan el agua. Como contra Bieito Rubido, director de El Debate. Esto sí es fango, teledirigido por ministros del Gobierno del Reino de España, contra un diario digital como este con más de 1,2 millones de lectores diarios, cien veces más que los simpatizantes que reunió Santos Cerdán, bocadillo y autocar mediante, el sábado en la calle de Ferraz.
Cuando los barones socialistas echaron a Sánchez en octubre de 2016 no sabían lo que hacían; o no supieron hacerlo. No pensaron que el animal herido, este en su egocéntrico orgullo, suelta indiscriminadamente tarascadas de venganza. Pedro odia al PSOE, odia a su propia tribu y destruirá a los suyos antes de marcharse. En ello está, y la ridícula exaltación del pasado sábado fue el estrambote que lo prueba. Por el camino, quiere matar civilmente a sus rivales políticos. Díaz Ayuso es la pieza mayor, pero quiere más. Por eso ha puesto a sus lebreles como sabuesos de detritus para encontrar algún tufo en Feijóo que desvíe el que de la presión doméstica por las sospechosas gestiones de su mujer con reputados delincuentes del caso Koldo sigan en todo lo alto, pese a su intento por neutralizar el hedor hogareño con las irregularidades fiscales de la pareja de la presidenta madrileña y los cinco días de reflexión, realmente una farsa para rearmarse y cambiar el paso.
Dejará el PSOE hecho un páramo, y despojados de conciencia a decenas de simpatizantes mediáticos que habrán abdicado de su más elemental vergüenza deontológica, pero lo peor, sobre todo, será cómo sobrevivir el resto a tanta cólera enfermiza. Porque vivimos ya en una patocracia. El Gobierno de un ser patológico del que solo hay que esperar un esperpento más, un sainete más ridículo, una actuación más perturbadora.