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Desde la almenaAna Samboal

Cuanto más acorralado, más peligroso

Es difícil saber si aún le queda alguna pirueta en la gatera para escapar de la trampa en la que él solo se ha metido

Ha reaparecido en Cataluña, en plena Feria de Abril de Barcelona. Haciendo de tripas corazón o con la depresión superada, Pedro Sánchez se zambulle en la campaña para apoyar al candidato Illa, un presumible ganador con cara de moneda de cambio. Porque es ahí, en esa campaña, donde el presidente pondrá a prueba toda su estrategia política. Después de haber perdido la poca credibilidad que le quedaba para hacer una ley de Amnistía que amenaza con reventar la Constitución a cambio de siete votos, no puede permitirse el lujo de que un pacto entre las grandes fuerzas separatistas le arrebate la Generalitat y su relato de convivencia. Tampoco podrá reclamar para sí el poder o elegir pareja de baile dejando bien a ERC, bien a Junts en la estacada. El precio en cualquiera de los supuestos –y son los tres más probables que pintan las encuestas– pondría en peligro su más que precaria mayoría en el Congreso.

¿Es la proyección de las encuestas en Cataluña la que explica su huida hacia adelante? ¿O son las informaciones y conversaciones todavía veladas en el sumario, que acabaremos por conocer, acerca de los negocios de Koldo, Ábalos, Zapatero o Begoña Gómez las que sustentan la farsa de la carta? Más allá del motivo, lo que revela su comportamiento es que se siente herido y acorralado. Y por eso es si cabe más peligroso. No son las informaciones periodísticas, ni los jueces, ni los votantes de ultraderecha o derecha los que cercan a Pedro Sánchez. Son sus actos y los de las personas de su más estrecha confianza. Pero su reacción revela que se niega a aceptarlo.

Ha mentido con descaro para hacerse con el poder y ha vuelto a mentir para conservarlo. Retuerce el orden constitucional para continuar en la Moncloa y divide a la sociedad en un ejercicio de irresponsabilidad supina. Pero no puede gobernar, ni siquiera ha llevado una Ley de Presupuestos al Congreso porque sabe que ni siquiera pasará del pleno de enmiendas de totalidad. Las referencias del Consejo de Ministros son un sinfín de nombramientos y algún que otro reglamento para intentar hacer ver que hacen algo. Está atado de pies y manos y con las vergüenzas retratándole blanco sobre negro. Sólo le quedaba una bala, la que amenaza los derechos y libertades fundamentales. Y es con ella con la que nos apunta. No a un periodista, no a un grupo de medios de comunicación –ante el sonrojante aplauso de otros tantos–, sino a los ciudadanos que todavía no se han enterado de por quién doblan las campanas.

Apenas le queda espacio para resoplar. Sin embargo, dado lo correoso del personaje, es difícil saber si aún le queda alguna pirueta en la gatera para escapar de la trampa en la que él solo se ha metido. Descartarlo supondría hacer dejación de nuestros deberes cívicos. Nos jugamos la herencia política de nuestros abuelos y padres, la que estamos obligados a conservar y engrandecer para dejarla a la próxima generación.