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Perro come perroAntonio R. Naranjo

145 años de lo PSOE

Sánchez es un digno heredero que no puede presumir de nada y se inventa una historia falsa para reescribir sus vergüenzas

Pedro Sánchez ha celebrado los 145 años de historia del PSOE con una carta los militantes, como si fuera Miguel de Unamuno escribiéndoles a Ortega y Gasset o Rubén Darío, aunque todo el mundo con algo de luces ve a lo sumo a una Corín Tellado de extrarradio dándole al folletín más tedioso.

El género epistolar es una especie de onanismo escrito en Sánchez, al que ya no le sirve ni siquiera la Selección Nacional de Opinión Sincronizada: prefiere dirigirse al pueblo sin intermediarios, incluso aunque los habituales tengan las cervicales en la UCI de tanta y tan seguida genuflexión.

En la última carta del profeta a sus feligreses hace un canto a la vibrante trayectoria del PSOE en el que cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia, muy en la línea de todo lo suyo.

De igual modo que se inventa una heroica pugna con la ultraderecha para justificar su rendición ante el separatismo y blanquear su metamorfosis chavista, ya completa; fabula sobre un partido inexistente que supuestamente trajo la democracia a España, peleó como nadie por los derechos de los obreros, combatió al franquismo hasta el agotamiento y ahora, en continuidad con esa leyenda histórica, lucha sin resuello contra la involución.

Todo es falso en Sánchez y, por supuesto, esto también. Al PSOE le pasó siempre, desde su fundación en ese templo de la tajada de bacalao perfecta y la sutil croqueta que sigue siendo Casa Labra, lo que le ocurre ahora: sus mejores cabezas fueron minoría y sus ideas más templadas, erradicadas.

Y le ocurrió desde el primer momento: el líder más radical se impuso al más sensato y los objetivos más bélicos a los más democráticos. El PSOE es el partido que colaboró con la dictadura de Miguel Primo de Rivera, ocupando cargos relevantes y aislando a los compañeros que se negaban a esa extraña alianza.

Es el partido que instigó un golpe de Estado en Asturias en 1934, en nombre de una revolución obrera que en realidad apuntilló a la República, dejó un reguero de sangre y abrió la espita para prender de fuego España con una terrible Guerra Civil. Y es el partido que, tras ayudar a provocar todo ese cataclismo, desapareció durante 40 años en los que la oposición al Régimen vino, básicamente, de Don Juan de Borbón y del Partido Comunista, por razones y con medios obviamente distintos.

Que luego en la Transición lograra hacer olvidar su pasado más lamentable y amortizar los méritos ajenos para convertirse en el primer partido de España es un éxito de Felipe González y probablemente de la necesidad de consolidar en alguien de izquierdas, pero moderado y atlantista, el salto democrático de España y su nuevo papel en el orden internacional.

Con todas sus sombras, que no fueron pocas, Felipe fue un triste paréntesis en la historia del PSOE, que Zapatero recuperó en su espíritu original y Sánchez ha concluido con las mismas dosis de sectarismo, agresividad, estulticia y guerracivilismo que lo definen, encarnado como nadie en Largo Caballero, alter ego inspirador del actual presidente del Gobierno.

El PSOE podrá celebrar 145 años y, al paso que vamos, siglo y medio más, pero no podrá cambiar su historia por mucho que los trovadores de la ficción que la escriban lo intenten: no fue un partido de Estado durante la República, no existió durante la dictadura y no es una garantía en la democracia.

Cuando Sánchez dice que es un gran socialista, no le falta razón: en lo único que dice la verdad es en presentarse como heredero de una larga tradición. De demagogos y frentistas que siempre pusieron a España por debajo de sus intereses y delirios.