Regenerando, regenerando
Las elecciones primarias han laminado cualquier resto de vida inteligente en los partidos políticos hasta convertirlos en sectas de adoración al líder
Si existe un concepto manoseado ad nauseam en la política española este es el de regeneración democrática. Que Pedro Sánchez haya sido el último en levantar esa bandera resulta un sarcasmo, pero también es la prueba más evidente de lo engañoso del concepto y de los riesgos que entraña.
Acaso esta devoción por la regeneración pendiente tenga algo que ver con las jeremiadas de don Joaquín Costa, pero creo que se debe más al tratamiento desmesurado que damos en la política española a los escándalos por corrupción. Los gobiernos se pueden ir de rositas a pesar de pésimas políticas económicas, de decisiones irresponsables en materia territorial, de torpezas en política exterior y de todo tipo de engaños a su electorado, pero ay de aquel que tenga un escándalo de corrupción. Sánchez ha capeado en estos seis años su tesis falsa, su catastrófica gestión de la pandemia, el abuso de los recursos públicos, su entendimiento con Bildu, la amnistía y un reguero infinito de mentiras, pero sólo el escándalo de corrupción que afecta a su gobierno y a su señora ha conseguido ponerle a la defensiva.
En todos los países del mundo se producen casos de corrupción, pero en muy pocos la corrupción se ha convertido en el único argumento de la política como ha sucedido aquí. Casi todos los presidentes en Francia han tenido que lidiar con graves escándalos, algunos incluso han sido condenados en los tribunales, pero nadie considera que la democracia francesa necesite un proceso de regeneración. España está considerada en todos los rankings internacionales como una de las democracias de mayor calidad del mundo, sin embargo periodistas y políticos no hemos dejado de pedir regeneración durante todos estos años.
Mucho antes de que Sánchez viniera a utilizarla como burladero de sus problemas, la idea de la regeneración democrática ya se había convertido en un artefacto populista para el descrédito de la política y de las instituciones. En su nombre y en el de la ejemplaridad hemos pisoteado vidas y haciendas, hemos liquidado la presunción de inocencia y hemos convertido la política en una actividad de la que huye cualquier persona con cierto sentido común. Hemos expulsado a la gente más capaz para convertir la vida pública en un coto de vividores y mentirosos. Los tribunales se han visto desbordados por juicios paralelos en los medios y en nombre de la regeneración, delincuentes como Bárcenas o Villarejo han dictado la agenda política del país buscando su impunidad. También en nombre de la regeneración democrática, las elecciones primarias han laminado cualquier resto de vida inteligente en los partidos políticos para convertirlos en sectas de adoración al líder hasta el límite carnavalesco que vimos hace días en Ferraz.
Así, paso a paso, hemos llegado a este paradójico momento en que el gobierno apela a la regeneración democrática para amedrentar a jueces y periodistas y tapar así sus propios escándalos de corrupción. Es casi como una nueva versión del chiste del banderillero de Belmonte: ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? Regenerando, regenerando.