De carticas y «riflixiones»
El Coma Andante Fidel Castro, el Orador Orate, convertido ya en un viejo cañengo y senil se dio a la tarea de escribir cartas a la ciudadanía a las que tituló ‘Reflexiones’. El pueblo cubano las renombró «Riflexiones»
En el oscuro y crepuscular ocaso –perdonen la redundancia– de su vida, tras haber adoctrinado a los cubanos con sus kilométricos discursos de 7 horas y media o más, de haber fusilado a medio pueblo, de haber conducido a Sudamérica a la guerra de guerrillas con sus consabidas muertes, y de haber participado en varias guerras injerencistas donde sus esbirros cometieron hasta masacres mediante bombardeos químicos, por ejemplo en tribus africanas, el Coma Andante Fidel Castro, el Orador Orate, convertido ya en un viejo cañengo y senil se dio a la tarea de escribir cartas a la ciudadanía a las que tituló ‘Reflexiones’. Todo muy sentimentalón y kirsch como lo es el comunismo.
Publicaba una diaria, luego cuando ni el cirujano español que le mandaron desde la presidencia española no podía contenerle las diarreas ni con tapones de vinos de la Rioja, las redactaba semanal. De inmediato el pueblo cubano, en esporádicas ocasiones muy sabio, renombró las Reflexiones en «Riflexiones»; seguían la tradición de un legendario humorista cubano, H. Zumbado, reapropiándose del título de uno de sus libros. También ese mismo pueblo, tan necesitado de papel sanitario que bajo el comunismo las funciones del cerebro van muy aparejadas a las del esfínter, hizo con las tribunas diarias de Esteban Dido (otro nombrete de la sabiduría popular) lo que hacía con sus antiguos discursos, arrugó bien el grueso papel de bagazo de caña de Granma, el órgano oficial del PCC, lo humedeció, y se limpió el sainete póstumo (fambeco o culo).
‘Luyanó, por no llamarlo La Víbora’, (dos barrios colindantes habaneros que también sirvieron de nombrete del Caga Andante) jamás escribió ni uno de sus discursos, ni siquiera el célebre aquel de ‘La Historia me Absolverá’ con el que se defendió, después de haber asaltado el hospital del cuartel Moncada bajo el mando de Batista, y de haber ametrallado a los enfermos que allí se encontraban ingresados. En verdad él no asaltó nada, él nunca llegó, se perdió por el camino, se decía de quien había nacido y crecido en la región. Lo único en ese discurso con el que asumió su autodefensa fueron las palabras añadidas a última hora por Armando Guerra (él mismo, otro nombrete popular) que eligió del libro de su predilección Mi Lucha, de su amado Adolf Hitler: «la historia me absolverá». Salvo esa frase, el discurso lo escribió el intelectual Jorge Mañach, y la historia no lo absolvió ni lo absolverá nunca. El resto de los discursos, vayan ustedes a saber quiénes fueron los lacayos entintados que se lo escribieron.
El tema es que Obdulia Barbatruco (nombrete en su versión doméstica) empezó a hartar a la gente a unos niveles que inclusive hoy en día de sólo oír la palabra reflexión a una se le representa un rifle y el paredón en la mente. Si lo que Maritza Patilla (nombretico muy propio para despistar entre la oposición) pretendía era amedrentar y amodorrar, ineluctablemente lograba su objetivo. Y si el Caballo CaraeCoco, convertido ya en penco, hubiera durado más, le habría arrebatado el récord a la mismísima Corín Tellado, con perdón de Corín.
Cuando un matón de barrio llega al poder no demora mucho para que anhele dárselas de intelectualucho Tia Tata cuenta cuentos (de un programa infantil). El Comediante en Jefe Nostracastrus no terminó sus estudios de abogado, sin embargo ejerció en el bufete de la calle Tejadillo donde lo metieron con calzador y palanca. Como tampoco el Che Guevara se graduó de médico. El ‘Diario del Che en Bolivia’ es uno de los libros más aburridos y mal escritos que se pueda uno imaginar, pero lo publicó un italiano, Giangiacomo Feltrinelli, que de editor los comunistas lo trasmutaron en guerrillero y murió reventado por una bomba que él mismo iba a poner en lo alto de un farol, vaya ocurrencia literaria. Ninguno de los panfletos supuestamente escritos por Hipólito Ruz XXL (fue bastardo hasta adulto casi) los redactó él, y tanto sus discursos, carticas, y «reflexiones» tratan siempre de lo mismo: del «enemigo imperialista» y de su persona de Capitán Araña agredida, a la que pasó a identificar con Cuba y los cubanos con tal de borrar su mediocridad de eterno zangaletúo sangrón asesino.
Y, para sellar como empecé, recuerdo cuando aprendí la palabra «ocaso». Estábamos en la escuela primaria y la maestra nos leyó un texto donde se mencionaba la palabra, desconocida por nosotros. Pedimos que nos la explicara, y ella medio confusa accedió: «Ocaso significa declive…» Tampoco entendíamos esa segunda palabra, y prosiguió: «Ocaso es crepúsculo». Un condiscípulo levantó la mano: «¿De qué color es el crepúsculo?». La señorita respondió: «Oscuro o, sin color». El padre de aquel niño era un impresor de periódicos, el populacho lo acusó de haber trabajado para el régimen anterior, lo juzgaron públicamente en la intersección entre las calles Muralla y San Ignacio. Lo detuvieron y lo fusilaron al caer la tarde o la noche, su hijo no sabía muy bien, porque su madre le había dicho que era al alba, y ahora su maestra decía que había sido a esa hora que no poseía color, o que era oscura, que se llamaba ocaso, y que él había oído a su nuevo Papá, «el Papá de todos los cubanos», en un discurso que se llamaba crepúsculo.