Fundado en 1910
Cosas que pasanAlfonso Ussía

Colecciones

Antonio Mingote era un gran enemigo de las colecciones. «Se trata de un voluntario sufrimiento que no lleva a ninguna parte, porque jamás podrás completar una colección»

Soy coleccionista. Un esclavo de la vida. De niño y joven fui filatélico. Aquel divertido chiste que se contaba de la señora que enseñaba a sus amigas su nueva casa. «Y aquí está el despacho de mi marido, que me ha prohibido mostrarlo, porque como bien sabéis, es un gran sifilítico»; y la voz con el tono hastiado del marido que corregía a su esposa: «Filatélico, María, filatélico». Antonio Mingote era un gran enemigo de las colecciones.

«Se trata de un voluntario sufrimiento que no lleva a ninguna parte, porque jamás podrás completar una colección». Tengo una magnífica biblioteca de más de cinco mil volúmenes. Y Antonio poseía una similar. Pero no entraban las bibliotecas en su concepto de colecciones. «Son depósitos de sabiduría». Colecciono objetos y prendas militares, «matrioshkas» rusas, dibujos, abrecartas y petacas. Entre las «matrioshkas», tres ejemplares únicos en el mundo. Me hice en San Petersburgo con tres «matrioshkas» de quince piezas cada una, vírgenes. Dos de ellas las dibujó Antonio Mingote, y la tercera, Barca, con quince personajes de las novelas del marqués de Sotoancho. También coleccioné huchas de cerdos, pero la colección menguó a medida que crecían mis nietos.

La animadversión de Antonio Mingote con las colecciones le nació por una experiencia personal. Una noche, Isabel y Antonio invitaron a un grupo de amigos. Entre ellos, Ramón Areces, el creador y mayor accionista de El Corte Inglés. Se celebraba en El Corte Inglés de La Castellana, la Semana de Portugal, y don Ramón regaló a los Mingote un gallo portugués de cerámica. Días más tarde, acudió a entrevistarle a su casa Tico Medina. Y reparó en el gallo. Dedujo que Antonio coleccionaba gallos portugueses. Y un par de días más tarde, con un cariñoso mensaje en un tarjetón, Tico envió a los Mingote otro gallo portugués. Isabel Mingote lo situó al lado del gallo de Areces, en el salón. El tercer gallo se lo mandó Juanjo Menéndez, el actor. El cuarto gallo, Jaime Campmany, que había descansado un fin de semana con Conchita, su mujer, en Cascais. El quinto gallo, Luis García Berlanga. El sexto, se lo regalé yo. Y al cabo de dos meses, la casa de Antonio Mingote cobijaba a más de veinte gallos portugueses.

Mirara donde mirara se topaba con la estática fijación de un gallo. No le venían las ideas, siendo el español más ingenioso y brillante. Un día, rechazó con contundencia el pollo asado que le había preparado su fidelísima Carmen, su cocinera ecijana. Y se le oscureció la armonía y el humor. Se convirtió en un genio malhumorado que hablaba en voz alta por el pasillo de su casa. El 23 de abril, en la recepción que ofrecía el Rey Juan Carlos a los escritores, periodistas y artistas con motivo de la entrega del Premio Cervantes, al saludar al Rey, éste le hizo un comentario que le preocupó sobremanera. «Antonio, me han dicho que tienes una colección preciosa de gallos portugueses. Te voy a mandar uno que tengo por ahí, que me regaló Mario Soares». De vuelta a su casa, silencio sepulcral. Al despedirse, una agria premonición. «O termino con los gallos o los gallos terminan conmigo».

Después de pasear por El Retiro, desayunar en el Café de Oriente y retornar a su casa por la calle Mayor, San Jerónimo y Alcalá, un furioso Mingote entró en su hogar. Encontró una enorme bolsa de plástico. Introdujo en ella a todos los gallos, incluido el del Rey. Cargó con la bolsa, y en un enorme recipiente de color verde instalado en la calle de Samaria con la advertencia escrita de «Sólo Vidrio», don Antonio Mingote Barrachina, genio español del entresiglos XX y XXI, al nada aconsejable grito de «¡A tomar por saco!» «no dijo «saco», obviamente», estrelló la bolsa de gallos contra el suelo del recipiente, y al fin, sonrió.

Me llamó. «Acabo de deshacerme de los puñeteros gallos. Vuelvo a ser el que era. Te convido a comer para celebrarlo».

Y lo celebramos.

Pero, a pesar de todo, sigo siendo un coleccionista.