Derecho al bulo
Hablando de derechos, creo que el error es un derecho, y la verdad, un deber. Pero nunca se me había ocurrido que la mentira fuera un derecho y un deber
Siendo tan asiduo practicante y tan experto en la materia, no entiendo cómo el Gobierno no «concede» un nuevo derecho más: el derecho al bulo. En realidad, los derechos se han convertido en algo más amplio que el concepto de ser o el de todo. Antes los derechos eran universales porque correspondían a todos los hombres. Ahora lo son porque existe derecho a todo. ¿Por qué no a la mentira? El artículo correspondiente podría afirmar: «Todos tenemos derecho a mentir y a que nos mientan. El Gobierno posee además el deber de hacerlo». Lo ha dicho Zapatero: la democracia, antes que la verdad. La mentira como imperativo democrático.
La libertad en general y la de expresión en particular languidecen. No sé si a su pesar, pero el presidente del Gobierno a veces es claro: yo soy partidario de la libertad de expresión, pero no de los bulos. Pero ¿qué es un bulo?, ¿quién decide lo que es bulo y lo que no? Parece que él mismo. Sus mentiras son verdades. Sus verdades, mentiras. Las mentiras de la oposición fascista son mentiras, pero sus verdades también lo son. El fascismo siempre miente. Acaso decidan los jueces. Pero hay que distinguir. Hay jueces que son fascistas y prevarican. Otros son progresistas y, por ello, justos. La cosa es sencilla. Se liquida a los mendaces, y se mantiene a los veraces. Lo mismo con los medios de comunicación y con los escritores. Los que mienten, todos los que critican al Gobierno, a callar por mentirosos. Libertad solo para los adictos. Hay que combatir la mentira para proteger la verdad. Y es el Gobierno el que dirime lo que es bulo y lo que no. Una nación solo puede vivir en la verdad y esta es competencia del Gobierno. El Ministerio de la Verdad. Sobran candidatos. Goebbels, su modelo y su laico patrón. Pinocho, su héroe literario. La mentira os hará libres. Todo está inventado. Nada nuevo bajo el sol totalitario.
Un ejemplo de bulo mediático nada sutil. Un informativo de una cadena de televisión, de cuyo nombre no quiero acordarme, titula así las imágenes de, como mucho, unos centenares de alumnos airados: «Los universitarios contra el genocidio palestino», o algo parecido. Sorprenden dos cosas, al margen del juicio negativo que pueda merecer la reacción israelí ante la barbarie sufrida. Una, la abusiva dimensión del sujeto de la oración: «los universitarios». No muchos, ni algunos, ni pocos, no. Todos. La otra cosa es el calificativo de genocidio. Si nos atenemos al significado de la palabra, el único genocidio en marcha es el que tiene por objeto al pueblo judío al que se quiere arrojar al mar y hacer desaparecer. Y no es la primera vez.
Hablando de derechos, creo que el error es un derecho, y la verdad, un deber. Pero nunca se me había ocurrido que la mentira fuera un derecho y un deber. Como Tocqueville, no tengo por la libertad de expresión ese amor incondicional que se siente hacia las cosas absolutamente buenas. Creo, con él, que sin ella no es posible la libertad, pero con ella el orden es imposible. Prefiero la libertad. Pero la libertad de expresión es preferible más por los males que evita que por los bienes que proporciona. Vamos, que la puerta al bulo queda abierta. También creo, con Mill, que la libertad para emitir juicios, opiniones y críticas es ilimitada. Pero no hay derecho a calumniar, injuriar, atentar contra la intimidad y el honor ajeno o instigar a la comisión de un delito. La palabra puede delinquir. La opinión, no. Resulta ridículo que el Gobierno se sienta indefenso ante el bulo cuando lo practica con fiel asiduidad y además cuando cuenta con todos los mecanismos del Estado de derecho para defenderse: la Constitución, el Código penal, los jueces (salvo los fascistas), la Fiscalía… Todo parece indicar que de lo que se trata no es de abolir el bulo, sino apropiarse de él en exclusiva. La verdad soy yo. Claro que cuando el bulo no es un bulo sino la verdad, no hay forma de combatirlo, salvo la censura. Es preciso reducir al silencio al portavoz de la verdad. No hay dictadura más perfecta que la que somete a las conciencias y determina lo que es o no verdadero. Esta ya no es asunto religioso, filosófico o científico. La verdad reside en el banco azul y en sus palmeros parlamentarios y mediáticos.
Quien quiera conocer la verdad, no debe leer la Biblia, ni a los grandes filósofos, ni los libros de ciencia. La verdad está en el BOE. «In BOE veritas».