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Perro come perroAntonio R. Naranjo

Nebulossa en Alpedrete

Quitarle los honores a Rabal y Balaguer en un pueblo de Madrid demuestra que hay cretinos de todos los colores, para satisfacción del delirio woke

Hay tontos en todos los rincones ideológicos, aunque los de izquierdas son más vistosos generalmente. Ellos se guardan una autoridad moral mayor, y se la conceden a sí mismos en un espectáculo onanista curioso: es así porque sí, como si existiera una regla científica no escrita que consagrara esa evidencia desde la noche de los tiempos.

Desde esa atalaya actúan sin pudor, para restituir una especie de orden natural que a menudo queda amenazado por supuestas hordas derechistas, inexistentes en la vida real pero muy peligrosas en ese universo paralelo y ficticio supuestamente infernal que, paradójicamente, no altera una norma ostentosa: para estar a punto de morir y combatir duramente al enemigo, viven como Dios, acumulan patrimonio y ahorros, les va bien gobierne quien gobierne e incluso tienen tendencia a no aplicar, en sus vidas privadas, lo que predican para el resto y denuncian en el adversario.

Paren en hospitales privados, despiden a sus trabajadores por el mínimo, conducen coches contaminantes de alta cilindrada, pagan los impuestos más bajos posibles y consideran que lo suyo es suyo, aunque lo tuyo sea siempre fruto de un robo o un abuso ancestral hereditario.

Pero estos idiotas, que lo son aunque en sus disciplinas sean tan respetables como Bardem o Almodóvar, no están solos. A veces, incluso a menudo, se encuentran con iguales en la otra orilla, en una especie de pulso desigual que acaba legitimando los excesos de los primeros, más abundantes.

Es el caso del Gobierno de Alpedrete, municipio de copla fácil habitualmente reservada a Albacete, compuesto por PP y VOX. Allí han decidido, con solemnidad zopenca, retirar del callejero los nombres de Paco Rabal y Asunción Balaguer, por comunistas.

Pesa más en el ánimo del alcalde, Juan Rodríguez, esa condición menor y desconocida para el gran público que su maravillosa trayectoria profesional y su bonhomía personal, que les llevó a empadronarse y morir en ese pequeño pueblo de la Sierra madrileña para estar cerca de su hija Teresa.

A Rabal le conocí en la pantalla como Don Juan o como Juncal, en tantos papeles inolvidables, españolazos y cosmopolitas a la vez, únicos e intransferibles pero también extrañamente definitorios de un tiempo, una sociedad y un país que por desgracia ya no existe.

Ahora abuchearían el diálogo taurino del limpiabotas Búfalo con el maestro Juncal y lo sustituirían por un cantante no binario, con falditas, presentado como «elle» por los mismos locutores de RTVE que se indignaron por la dulce venganza de los españoles de darle la máxima puntuación a Israel con sus telemáticos votos en Eurovisión.

Es probable que Rabal y Balaguer no entendieran del todo el mundo actual, esta Nebulossa que lo mismo desafina en un festival que en un Gobierno no binario al que le dan igual ocho que ochenta, pero también es factible que les encantara y se sumaran, a su manera, a las filas partisanas de la Resistencia a un enemigo imaginario con el que justificar los múltiples excesos y desvaríos propios.

En ambos casos no sería relevante al lado de lo que hicieron para todos antes de morirse en Alpedrete, gobernada por unos lerdos incapaces de entender que la tolerancia no consiste en aplaudir al propio, sino en reconocer los méritos de quien tal vez sea distinto cuando, además, no se parece a nadie. Hay que ser cretino para pensar que Juncal se beneficia de ponerle un callejón en lugar de presumir de tener razones para darle una avenida.