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Desde la almenaAna Samboal

El 'procés' continúa

¿Ha acabado el proceso separatista? A Sánchez le interesa que lo creamos así, al igual que Zapatero se preocupó de generar la percepción de que fue él en persona el que puso fin a la banda terrorista ETA

A los voceros de la Moncloa, que son muchos más que los que habitan en el Gobierno, les ha faltado el tiempo para proclamar solemnemente el fin del proceso separatista tras las elecciones del 12-M en Cataluña. Sí es así, aunque parece una sentencia prematura, lo celebrarán al menos la mitad de los catalanes, porque en el resto de España las quejas y las broncas de los independentistas han provocado tal grado de hartazgo y desafección que el personal ya ni se molesta en mirar los resultados de las elecciones. Bastante tienen con soportar que, en vez de trabajar en un buen presupuesto o en planes para mejorar el empleo, la sanidad o la educación, el Congreso esté dedicado en cuerpo y alma en sacar adelante la Ley de Amnistía. Es el asunto primordial de la legislatura, por no decir el único. Ha contaminado la vida política nacional.

¿Ha acabado el proceso separatista? A Sánchez le interesa que lo creamos así, al igual que Zapatero se preocupó de generar la percepción de que fue él en persona el que puso fin a la banda terrorista ETA. La areola de pacificadores con la que se adornan les redime ante los suyos de todas las tropelías que han cometido contra el espíritu y, en ocasiones, contra la misma la letra de la ley. Sin embargo, lejos de cortocircuitar la deriva centrífuga de los independentistas, lo que han hecho ambos es darles tiempo y oxígeno para coger fuerzas y mutar en una imagen más presentable ante los votantes para seguir intentándolo.

Patxi López fue sólo un paréntesis en Ajuria Enea. Duró el tiempo que necesitó el PNV en sacudirse de la molesta sombra de Ibarretxe y el que precisó el tahúr Otegi para hacer el cambalache entre Batasuna y Sortu, con la bendición del Tribunal Constitucional. Hoy, lucen ya nueva cara y bríos renovados. Salvador Illa, si es que llega a convertirse en presidente, permanecerá al frente de la Generalitat los meses que ERC tarde en convencer a sus votantes abstencionistas de que ha regresado al lugar de la historia que le corresponde, es decir, lejos de Madrid o lo que Junts o en lo que se convierta la Convergencia de Jordi Pujol necesiten para quitarse de encima a Puigdemont.

La transmutación de los independentistas no frenará su deriva. Al contrario. Es una carrera de relevos que en Moncloa amparan y estimulan. Primero, reconociéndolos como interlocutores válidos. Después, haciendo suyas sus demandas, como la Ley de Amnistía o los terceros grados penitenciarios. Posteriormente, orillando y demonizando con cordones y muros a la otra mitad del electorado que no tiene tragaderas para tanto. Y, siempre, con más o con menos ruido, atendiendo a cada uno de sus requerimientos. Para los ciudadanos que residen en las comunidades que gobiernan, votar al separatismo es rentable, son los que arrancan en el Congreso para las comunidades que gobiernan inversiones en puertos, aeropuertos y trenes que no llegan a Castilla o Extremadura. Son también los que se apuntan el tanto. Pagamos todos, pero la presencia del Estado en esas zonas del país es residual, por no decir inexistente. Nos lamentamos de su prevalencia, pero estamos alimentándolos.

O los dos grandes partidos aparcan sus diferencias para modificar la representación en el parlamento, con el fin evitar su dependencia de esas fuerzas minoritarias o el proceso separatista, que ya no es catalán ni vasco, sino una dinámica centrífuga nacional, continuará. El objetivo es la nación de naciones, la España confederal asimétrica que, ya en 2003, reclamaba uno que se decía del PSC: Pascual Maragall.