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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

La verdad sobre el caso Illa

A pesar del entusiasmo hiperbólico del Orfeón Progresista, la verdad es que el panorama que se abre tras las catalanas puede tener un grave precio para España

El triunfo del flemático y atildado Salvador Illa ha disparado el entusiasmo de las y los cheerleaders del sanchismo. El triunfo es meritorio. Pero hay mucho que matizar. De entrada, Illa se ha quedado ¡a 26 escaños de la mayoría absoluta! Le ha faltado un carro de diputados para ella, pequeño detalle en el que nadie repara. Si con ese resultado es el Pericles que nos están vendiendo desde el Orfeón Progresista, entonces Ayuso o Rueda, que sí la consiguieron, serían acorde al clima de hipérbole imperante en Ferraz la reencarnación de Catalina la Grande y Bismarck.

El segundo dato que propicia el entusiasmo sanchista también es cierto: los separatistas han perdido su mayoría absoluta en escaños por primera vez desde los años ochenta. Pero esa buena noticia también debe matizarse. Todo indica que la derrota del separatismo se traducirá en la práctica en su mayor victoria. Y es que para defender sus respectivas poltronas, Sánchez e Illa parecen dispuestos a regalarles a los independentistas los siguientes obsequios:

1.-Una suerte de «cuponazo aprovechategui» a la vasca para Cataluña, que destrozaría la contabilidad nacional y la solidaridad interregional. En España pasaría a haber tres comunidades chupando alegremente del bote –País Vasco, Navarra y Cataluña– a costa de los parias del común de las regiones.

2.-Llegará el reconocimiento de la «realidad nacional catalana», que es el paso previo de un nuevo Estado asociado dentro de España. Esta idea ya la ha estado repitiendo en los mítines de campaña el nuevo oráculo del PSOE, Zapatero, el risueño paladín de la dictadura de Maduro.

3.-Llegará la celebración de algún tipo de consulta, que el fiel fámulo Cándido se encargará de colar por el cedazo del TC.

4.-Llega la Ley de Amnistía, que este mismo mes recibirá luz verde contra el sentir mayoritario de los españoles (aunque se espera que el Supremo cumpla y evite su aplicación práctica).

A esta generosa lista de bodas hay que añadirle los regalazos previos: los indultos y la retirada de los delitos de sedición y malversación del Código Penal al dictado de Junqueras, dejando así al Estado desguarnecido ante la próxima embestida (que la habrá).

El independentismo no ha bajado en las urnas por la brillante estrategia entreguista de Sánchez, ni por el «seny» y templanza de Illa, un superviviente que ha ido cambiando de opinión según le ordenaba Mi Persona. Los separatistas han caído porque fracasaron en 2017 (gracias a la aplicación de la ley y la cárcel), porque sus dos líderes están más vistos que el tebeo, porque se aferran a unas poltronas de las que en realidad viven y porque los catalanes han sufrido en sus carnes la amarga resaca del procés. Los gobiernos separatistas han restado brillo y empuje económico a la región, la han vuelto antipática, han empeorado sus servicios públicos y han aumentado la inseguridad y la deuda. Es decir, les vendieron una milonga y ahora, a golpe de disgustos, los catalanes se están despertando del hechizo.

No hay un efecto Illa Maravilla, ni pomada desinflamatoria del Doctor Sánchez. Lo que sí habrá es una España más debilitada que nunca y una Cataluña que será un ya Estado en todo menos el nombre. Asistiremos a la gran rendición de España para que conserve su puesto un presidente incapaz siquiera de aprobar unos presupuestos, con su mujer metida en el juzgado por sus chanchullos, con su hermano enchufado en una Diputación socialista y pagando impuestos desde Portugal y con su partido implicado en un lamentable caso de corrupción a costa de la salud de los españoles. Esa es la foto real.

(PD: Ya metidos en materia, también convendría dejar de hablar del «filósofo Illa», como si fuese Kant. Se licenció en Filosofía e hizo el máster de gestión del IESE. Pero tiene tanto de filósofo como el Cholo Simeone; o tal vez menos. Ha hecho toda su carrera en la política municipal y luego en carguillos que le iba buscando el PSC para darle una nómina. Hasta que Sánchez lo nombró ministro de Sanidad para que desde allí llevase la negociación con los separatistas. Cuando llegó una pandemia no tenía ni flores de su materia y pasó lo que pasó: mentiras e incompetencia, camufladas con supuesta flema y toneladas de propaganda).