Memoria de un candeledano universal
Cuando pierdes a alguien, muchas veces nos olvidamos de ellos. No es el caso de alguien que amaba la vida como Tristan. Quienes quisimos a Tristan vivimos ayer un día inolvidable en Candeleda.
Hay lugares que, aunque con retraso, saben hacer las cosas. Candeleda (Ávila, 5.000 habitantes) nombró ayer hijo adoptivo de la localidad, a título póstumo, a lord Garel-Jones de Watford. Simplemente Tristan para sus amigos. A pesar de que la decisión se tomó el 14 de mayo y ejecutó ayer, 18, algo más de 200 personas nos reunimos en la Plaza Mayor, en una mañana soleada, pero no calurosa, para celebrar el reconocimiento. El alcalde –socialista– Carlos Montesino Garro organizó un acto sobrio y muy elegante en memoria de un candeledano –cuando murió el 23 de marzo de 2020, en plena pandemia, era residente allí– que puso Candeleda en el mapa en 1992 cuando, después de las Olimpiadas de Barcelona, su amigo y primer ministro británico, John Major, le pidió volver a su casa de Candeleda a descansar unos días. Major ya había estado allí cuando no era más que un parlamentario escasamente relevante que no podía pagarse unas vacaciones. Tristan y Catali Garrigues le dejaron su casa, construida por el padre de Catali y gobernada por Marcelina, que ayer asistía a la ceremonia desde una silla de ruedas muy orgullosa, con su nieta en el estrado como teniente de alcalde de Candeleda -ella confesó orgullosa que «cuando le dije que iba a ser candidata a concejal por el PSOE, respondió ‘La niña nos ha salido rojilla’».
Tristan era un personaje excepcional, que dio una inmensa batalla por la europeidad del Reino Unido, batalla que ganó cuando estaba en el Gobierno y perdió cuando su partido giró hacia el Brexit. Todavía recuerdo el día que me presentó en unas Tertulias Hispano-Británicas a Boris Johnson. A instancia de Tristan, el entonces diputado conservador me dio su teléfono que contestó hasta que cambió de número. Pero, aunque se llevaba bien con todo el mundo, Tristan era un europeísta que lo pasó muy mal tras el Brexit. De hecho, conocí a Tristan cuando me lo presentó mi paisana Flora Peña, que a la sazón tenía la representación en España de las conferencias de The Economist. Desde ahí Flora creó la Fundación EuroAmérica que presidiría Tristan y que hoy preside Ramón Jáuregui. Qué triste no haber visto representantes de esa fundación en Candeleda.
Creo que la labor política más importante de Tristan fue como vicejefe del grupo parlamentario conservador con el que consiguió la aprobación de la mayor parte de la legislación que promovió Margaret Thatcher, lo que le valió ser considerado un tipo que estaba a medio camino entre Macchiavello e Iván el Terrible. Él era mucho más modesto. Muchas veces me dijo que su puesto se parecía infinitamente más al de jefe del KGB. Siempre había compañeros de partido que venían a contarte las vergüenzas de los diputados con las que podías exigirles que votaran en el sentido correcto.
Tristan era un ateo confeso. ¡Cuántas conversaciones tuvimos sobre ello! Pero en el jardín de su casa de Candeleda erigió para su mujer ,Catali, católica devota, una capilla. Y lo justificaba con un lema: «una capilla para una creyente en la que creo».
Traje a Tristan a escribir en ABC y lo hacía siempre que se lo pedí. Le encantaba hacerlo sobre el sentido de la Monarquía en la que creía firmemente. Como adoraba tomar el pelo a la gente, en las semanas que precedieron a la boda de los hoy Reyes de España, a todo el que se cruzaba le preguntaba «¿Nos vemos en la boda?» Le encantaba ver la cara de apuro de la mayoría, que no habían sido invitados. Servidor el primero. Y él tampoco.
Quizá el momento más emotivo del acto fue la intervención del ex primer ministro John Major, que estaba acompañado por su mujer Norma. Major se ha convertido en un visitante habitual de la localidad a donde sigue acudiendo a casa de la viuda de lord Garel-Jones y donde la calle principal de Candeleda lleva su nombre. El periodista Tom Burns Marañón le preguntó cuántas localidades tienen una calle con su nombre y el respondió, con sinceridad: «Dos. Ésta y una en Kirguizistán, no sé por qué»
Major afirmó que a Tristan le hubiera gustado mucho este reconocimiento, aunque él no los buscaba. «Hace casi 50 años que le conocí y 35 desde que vine por primera vez a Candeleda. Tristan no era un político normal. Describirle no es fácil. Para él la vida era una aventura. Para Norma y para mí venir a Candeleda era como taparse con una gran manta en Siberia. Candeleda era un santuario para nosotros. Cuando la política va mal, como refugiado político necesitas un santuario. Y Candeleda siempre fue un santuario. Los domingos a las once de la mañana me llamaba todas las semanas. Hablábamos de política, la familia, las indignidades de la vida. Había una despedida fija todos los domingos. Él me decía: ’Don't worry about politics. It's only a game. And all of us in politics, we are mad.’ (No te preocupes por la política. Sólo es un juego. Y todos los que estamos en política estamos locos) Cuando pierdes a alguien, muchas veces nos olvidamos de ellos. No es el caso de alguien que amaba la vida como Tristan.»
Quienes quisimos a Tristan vivimos ayer un día inolvidable en Candeleda.