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El ojo inquietoGonzalo Figar

Los tapones de la leche y la decadencia de Europa

¿Y en Europa? Pues aquí, en marzo, el Parlamento Europeo aprobó una Ley de Inteligencia Artificial, que fue vendida por los periódicos como todo un hito. Aquí de innovar nada pero por Tutatis que vamos a regular

Actualizada 01:30

De un tiempo a esta parte, servir un vaso de leche o beber un refresco en botella de plástico se ha convertido en una odisea. Por obra y gracia de una directiva europea, ahora los tapones de plástico han de ir pegados al envase. Supongo que no soy el único que ha sufrido para poder beber una coca-cola sin que se me tuerza la nariz, o para ponerle la leche a los niños por la mañana sin derramarla por toda la mesa. Cerrar los tapones es ya del todo imposible y he dejado de intentarlo. Los briks abiertos a la nevera y punto.

Más allá de estas tontas rutinas, ¿se puede saber qué hacen los burócratas europeos regulando los tapones de los briks? ¿De verdad se dedican los políticos a discutir algo tan trivial como qué hacer con los tapones? ¿Hay algo que vaya a escapar al control del Estado, o nuestros dirigentes van a encontrar la manera de regular todo aspecto de nuestra vida? ¿Cuándo hemos pasado de un Estado cuya función era garantizar nuestros derechos y libertades a uno que se inmiscuye en los aspectos más insignificantes de nuestro día a día?

Esta no es más que otra muestra de la decadencia de Europa. Cuando es a estas tonterías a lo que se dedica nuestra clase dirigente; y, más preocupante, cuando les parece legítimo y válido meterse literalmente hasta en nuestras cocinas, es que somos una sociedad que merece caer olvidada en la historia.

No será porque no hay problemas reales en Europa que requieran atención. Tenemos una economía en constante declive, un Estado de bienestar en quiebra y una crisis energética autoinfligida. Nuestras sociedades están totalmente polarizadas y divididas. Sufrimos un crepúsculo demográfico, con pirámides de población invertidas y tasas de natalidad menores a las de reemplazo. Hay millones de inmigrantes viviendo en nuestro territorio sin ninguna gana de asimilarse a nuestros valores y cultura. Incluso, por eso de no perder la costumbre histórica, estamos en guerra en nuestro flanco Este. Problemas hay, pero como no sabemos ni, peor, queremos darles respuesta, pues mejor discutamos sobre tapones y sobre si los niños pueden hacerse mujeres.

Europa ha tirado la toalla. Hemos desistido por completo de ser una sociedad pujante, próspera, relevante. Como prueba, un ejemplo de un tema de actualidad: los americanos están creando la próxima gran revolución de la Inteligencia Artificial. Una legión de disruptores americanos, liderados por ChatGPT, están ahora mismo diseñando un futuro que no podemos ni imaginar. ¿Y en Europa? Pues aquí, en marzo, el Parlamento Europeo aprobó una Ley de Inteligencia Artificial, que fue vendida por los periódicos como todo un hito. Aquí de innovar nada pero por Tutatis que vamos a regular.

Con todo esto, la peor parte de la decadencia de Europa no se ve reflejada en que los políticos y burócratas se dediquen a regular todo innecesariamente. Al fin y al cabo, es su carácter, como en la fábula del escorpión. Lo peor de todo es ver cómo una gran parte del público, de todas las ideologías, acepta pasivamente esta intromisión del Estado hasta en áreas tan ridículas de nuestras vidas.

Hemos subcontratado nuestra iniciativa, personal y social, al Estado. El paternalismo propio del Estado del bienestar ha robado toda sensación de agencia a las personas. Llevamos décadas y décadas de un Estado diciéndonos qué podemos y no podemos hacer, de un Estado encargado de resolver (supuestamente) todos nuestros problemas, de un Estado omnipresente. De ahí que ahora el instinto de un europeo de a pie sea el pensar «que venga el Estado y lo arregle», o el defender que sean los poderes públicos los que nos impongan por ley las cosas «buenas» que debemos hacer. El Estado ha colonizado nuestra agencia personal hasta tal punto que, hoy en día, sólo nos atrevemos a pensar que la solución a los problemas es mediante el Estado, cuando en realidad es que suele ser a pesar de él.

La gente parece haber olvidado que puede hacer cosas por iniciativa propia, sin guía o mandato estatal, y sin necesidad de imponer a los demás su visión de la vida hasta en los detalles más nimios. Si crees que los tapones de los briks son un problema para el medio ambiente, no necesitas ninguna directiva europea para reciclarlos. Si justificas ahora la nueva regulación porque «es algo bueno» pero antes no hacías nada, entonces es que no te debía parecer tan importante. Y si necesitas que el Estado te diga lo que está bien o está mal, o te fuerce a ti mismo a comportarte de una manera coherente, pues primero, tienes un serio problema, y segundo, tus carencias no se tienen por qué traducir en leyes que nos obligan a todos.

A mayor Estado, menor sociedad civil y menor individuo. Es hora de que arrinconemos al Estado en el lugar que merece, y volvamos a reclamar nuestra agencia personal y social.

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