El autócrata esposado
Es una vía de escape más de quien no ha dado explicación alguna sobre su giro respecto a la soberanía marroquí en el Sahara, o sobre la injerencia rusa y las amistades de Putin con su socio Puigdemont
Que España se haya cogido de la mano con Noruega e Irlanda para reconocer el próximo martes el Estado palestino es una victoria política de Hamás, que no ha ocultado su alborozo, mientras Biden está que echa las muelas. La cosecha no puede ser mejor. Máxime, cuando la irresponsabilidad con laca, devenida en vicepresidenta segunda, ha repetido un eslogan de esa banda terrorista
–Palestina será libre desde el río Jordán hasta el mar Mediterráneo– para exigir la desaparición de Israel y de sus diez millones de habitantes. Todavía no sé si echándolos al mar o aniquilándolos con alguno de los métodos que los carniceros que dominan Gaza practican habitualmente. Así que Hamás ya sabe que la matanza que infligió el pasado 7 de octubre en los kibutz ha caído en terreno abonado: la incuria del Gobierno de Pedro Sánchez. Ahora, los salvajes pueden proclamar que el terrorismo es provechoso.
Era de libro que cuando los de Hamás ordenaron el asesinato de 1.143 personas ya sabían que Israel respondería –a mi juicio desproporcionadamente–, pero era lo que perseguían, aunque pusieran en riesgo la vida de cientos de palestinos, a los que ellos mismos masacran. Naturalmente que hay que exigir al Ejecutivo de Netanyahu responsabilidades por la matanza de población civil, pero eso es lo que menos le importa a Hamás, lo que anhelaba era esta reacción de los más tontos de la clase; estos países que ahora reconocen una nación que no existe, cuyas fronteras no se conocen. Más allá de la impostura de los Ejecutivos español, noruego e irlandés, –tan diferente a la de otras naciones grandes de Europa–, son los propios palestinos los que no quieren ser reconocidos, porque eso significaría quedarse bajo el paraguas de un Estado fallido, que no existe, que no tiene la estructura necesaria para procurar seguridad física y jurídica a sus habitantes y que estaba previsto que se formalizara como final de un camino diplomático, que necesita previamente un compromiso de paz en la zona y de no agresión a Israel, después de tres cuartos de siglo de luchas. ¿O es que queremos condenar a la nueva nación a ser una teocracia más como la que ha instaurado Hamás en Gaza o como la de Irán?
Con Sánchez hemos empezado la casa palestina por el tejado, al igual que ha matado moscas a cañonazos en el caso argentino. Todo lo que encuentra a su paso –la imagen de su propia familia, la estabilidad institucional de nuestro país, los intereses exteriores de España, el decoro diplomático– es utilizado para que Su Persona pueda llenar la faldriquera de votos. Y siempre hay voluntariosos que le recompensan en las urnas.
Sabe Sánchez que su decisión es absolutamente irrelevante en términos geopolíticos, y que no va a influir en lo más mínimo en la resolución del conflicto en la zona. Pero es que el narcisismo patológico del personaje no se para en barras en nombre de su demagogia innata. Ahora que está contribuyendo «a la paz mundial», ahora que su mujer se persona en el procedimiento que investiga su poco estética y nada ética intermediación para que el Gobierno de su marido subvencionara a las empresas que la habían patrocinado, ahora que ha tenido que retirar la ley del Suelo para evitar dos derrotas seguidas en el Congreso a cargo de sus propios socios en una legislatura fantasma, ahora que la mayoría de los argentinos lo ven como una milonga y es el hazmerreír de medio mundo, es ahora cuando Palestina viene en su auxilio solo con fines divisivos para trasladar su política de polarización a la escena internacional.
Es una vía de escape más de quien no ha dado explicación alguna sobre su giro respecto a la soberanía marroquí en el Sahara, o sobre la injerencia rusa y las amistades de Putin con su socio Puigdemont, o sobre la visita ilegal de la vicepresidenta del sátrapa venezolano. El paso que ha dado Sánchez con Palestina estará irremediablemente unido a la pulsión antisemita de la izquierda y el deseo de silenciar los impresentables negocios de la tan recurrente y aireada esposa en sus discursos electorales. Y eso no habrá fanfarria propagandística que lo borre.