«Francina, dile a Feijóo que se calle»
Esa gestualidad, esa manera de dirigirse a Armengol, carga de razones a quienes piensan que Sánchez tiene pulsiones totalitarias
Salió Pedro Sánchez a comparecer sobre los negocios de su mujer como algunos toros recientes de San Isidro, mirando hacia los costados y sin entrar al capote. De las cerca de seis horas que duró la sesión, el presidente dedicó apenas seis segundos al tema y recurrió luego a una estrategia ya conocida: la de enterrar una controversia con la siguiente. Sánchez anunció el reconocimiento del Estado palestino y con ello silenció la crisis diplomática con Argentina. Ese era el plan: abrir una grieta con Israel para olvidar la que abrieron artificialmente con Javier Milei para olvidar a su vez un marrón anterior: las diligencias abiertas a Begoña Gómez. Es la matrioska del escándalo, solo que no siempre van de mayor a menor.
Advertido esto, el momento más revelador del Pleno (pues uno mira ya al hemiciclo como quien se asoma a la jaula de los lémures) fue ver a Pedro Sánchez pidiendo a Armengol que interrumpiera una réplica de Feijóo.
Si no hubiéramos desarrollado una tolerancia desmedida al espanto, la condena al presidente del Gobierno sería general, pues lo del miércoles es una nueva intromisión del poder ejecutivo (Sánchez) sobre el legislativo (Armengol), y carga de razones a quienes piensan que Sánchez tiene pulsiones totalitarias. Esa gestualidad, esa forma de decirle a La Paca «venga hombre ya está bien», denota una mala educación difícilmente corregible a su edad y un sentido nefasto de la institucionalidad y la democracia.
Hay que decir que Sánchez se dirige así a Armengol porque esta le debe el puesto. Si no de qué. Francina perdió las elecciones hace justo un año y, de no ser por este reciclaje como tercera autoridad del Estado, estaría donde la pusieron los baleares: en la calle tras pegarse una pandemia de órdago, pues la pillaron de copas durante el confinamiento y después se supo que le compró unas mascarillas a Koldo que no servían ni como servilleta.
La escena fue tan vistosa que merece un quinto párrafo, solo para constatar que nunca nadie quedó tan perfilado en tan poco tiempo. Primero se entrometió, demostrando que está mucho más cerca de Luis XIV que de Alfredo Pérez Rubalcaba. Y después negó lo que todos vieron, confirmando que mentir le sale natural, es un reflejo, como esos futbolistas que levantan las manos casi al mismo tiempo que cometen un penalti. Si se comporta así mientras le están grabando, ¿qué no hará cuando nadie mira?